Parece que fue ayer cuando la temporada finalizó. Ya estamos otra vez de vuelta con la liga. Pero no, evidentemente no será un partido más. Entrar al estadio el domingo será algo especial. Un añorado pasado volverá a ser realidad en una bonita noche de verano. Encarar los escalones y buscar tu asiento para, ahora sí, volver a ver un partido de Primera División en el feudo rojiblanco. Qué bonito y, a la vez, qué difícil ha sido el camino de vuelta. Siete años han pasado desde aquella última vez. Un dramático día en ese mayo de 2015 en el que el plantel de Sergi Barjuán perdía algo más que una categoría. Ha llovido demasiado desde entonces. Era el inicio del fin de Alfonso García y una etapa que se consumía año tras año. Con el evidente desarrollo de unos acontecimientos que no contentaron ni al más optimista, la ilusión por la UDA decaía al ritmo que las distintas plantillas que pasaban por la ciudad obtenían peores resultados. El abismo era una realidad, nos asomamos a él con miedo a caernos y Lugo fue el milagro y, a la vez, la pesadilla de una ciudad con temor a perder la posibilidad de estar en el fútbol profesional. Con la llegada de Turki, la nueva presidencia devolvió la fe a un graderío en horas bajas para ir recuperando poco a poco el tiempo perdido. Roma no se hizo en un día. Este nuevo Almería no iba a ser la excepción. En tres años, la masa social ha evolucionado de la mano del equipo, esta vez de forma positiva. Leganés enterró y dilapidó cualquier suspicacia sobre este proyecto y su futuro. Fue el cierre necesario a una maravillosa campaña y el comienzo de una historia con demasiadas páginas en blanco como para que sea breve. Después de tantos vaivenes y quebraderos de cabeza, lo incoherente ahora sería no luchar por un puesto allí donde soñabas estar. Rendirse nunca fue una opción. Tampoco lo será ahora. Ya sea contra el Real Madrid o cualquier rival. Empieza lo bueno. Disfrutemos.

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