Al inicio de esta pandemia los sanitarios perdimos el instinto de supervivencia y se instauró, sin margen de reacción, la urgencia de cuidar a nuestros pacientes, como reflejo de una de las vocaciones más bonitas del mundo.

Desde entonces ya hemos perdido la visión del horizonte en demasiadas ocasiones.

Estamos tan cansados como nuestros pacientes, porque tus familiares también son nuestros pacientes, y el sentido de nuestro trabajo diario, y vuestro dolor es nuestro dolor.

Algunos compañeros ya no están, o están enfermos, del cuerpo o del alma, y los que quedamos, intentamos reorganizarnos, buscando la manera de priorizar, haciendo un esfuerzo por animarnos, por cerrar los ojos y taparnos los oídos ante la falta absoluta de conciencia de muchas personas, un día tras otro, mirando al frente para no malgastar fuerzas.

Somos muy conscientes de lo que se deja en el camino, de lo que se pospone para nadie sabe cuándo, de las listas interminables de trabajo que se han ido amontonando debajo de una enorme lista de pacientes COVID , que lo ocupa todo.

Lo último para lo que tenemos fuerzas es para debatir, justificar, amortiguar golpes verbales y físicos . Es momento de unión, hay que tirar de la cuerda desde el mismo lado, o se romperá.

Mucha gente ha perdido el miedo al virus y solo se preocupa cuando afecta a su entorno cercano. Es triste seguir viendo todavía a muchas personas que hacen caso omiso a las normas. La concienciación de los ciudadanos para que cuiden de su propia salud es absolutamente imprescindible.

Estamos aquí pero tenéis que ayudarnos a mantener un halo de esperanza.

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