Recordaba aquellos años de pujanza, de un serial catalogado como el mejor en plazas de segunda, con reventa, con tendidos llenos, con palcos engalanados de mantones de manila, de ambiente en los aledaños de un coso y un barrio que se ha ido empobreciendo, de casas y calles de nostalgia, que confluían como caudales a la avenida de Vilches y rambla de alfareros.

Este año, mi recorrido ha sido en soledad, casi no encontré a nadie a quien saludar, en algo más de cincuenta años, creía que me había equivocado de trayecto, este que cada Jueves Santo recorría, con liturgia, este que sabe de mis anhelos y de mis sueños, si a la ida era en soledad de un Viernes Santo en la vuelta era como parte del desierto de Tabernas, qué está pasando en esta Ciudad hospitalaria, receptiva que tenía como base en sus fiestas varios elementos que se han enmudecido, los Cabezudos, en esas mañana de niñez, los toros y la procesión de la patrona la Virgen del Mar, que ha ocurrido en una Almería, que abandona sus mas intimas tradiciones….

Estas reflexiones, llegan a mi mente después de haber saboreado una faena de ensueño en el coso de Vílchez, de un Paco Ureña, que fue cumpliendo esos sueños de ser torero de la mano del inefable José Antonio Martin en la escuela taurina de Almería y que realizó una faena que los aficionados guardarán en sus retinas y será digna de ver y mostrarles a aquellos que un día quieran ser toreros, de ver que uno que salió de esta escuela ha ido consiguiendo metas importantes para llegar a ser figura del Toreo, a pesar de la crudeza de este.

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