Me gusta fantasear con que Gregorio y Mari Loles, sus padres, le pusieron ese nombre por la inmensa alegría de ver nacer a su primogénita, aunque la razón fuera más prosaica, pues lo heredó de su abuela. En las fotos en blanco y negro de los años setenta puede atisbarse esa belleza arrebatadora, acentuada en las imágenes a color, incluso después de dar a luz muy joven a sus primeros hijos. Su rostro cleopatrino ya vislumbraba entonces la energía que atesoraba en su interior, capaz de mover con admirable fuerza de voluntad todo el pequeño mundo familiar que gira a su alrededor. Infatigable, ni el peso de los años, que ya deja entrever las primeras arrugas surcándole el rostro, ni su angustioso encuentro con el cáncer hace un par de décadas, le han impedido tener siempre bien enfocados a sus hijos, muchas veces gracias a una terquedad y obstinación que uno no sabe bien si en su caso es un defecto o su mejor virtud. Felicidad es mi madre, el sábado cumplió 63 años y es un ser extraordinario. Espero que alcance a convertirse en bisabuela, mis nietos se lo agradecerán.

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