La carrera de las vacunas y el hecho de que al aumentar los contagios queda menos gente que pueda infectarse deberían resultar en una cierta normalidad para finales de año; sin embargo, bastantes empresas y empleos se quedarán en el camino, y unas personas más que otras padecerán las consecuencias.

Hay empresas que son insolventes y ninguna ayuda va a sacarlas de esta triste situación; pero otras pueden recuperarse. Dejando aparte los ERTE, se han tomado medidas sobre los arrendamientos de locales, buscando distribuir la pérdida entre negocios y arrendadores; los incentivos fiscales que se dan son muy tímidos y deberían ser mucho más atractivos para que al menos medio millón de arrendadores se acogieran a los mismos. En segundo lugar, tenemos los avales del Estado, de hasta el 90% del préstamo, y la sociedad de garantía para empresas del sector turismo, pero ya que hay líneas de financiación a tipos negativos para los bancos, y sistemas de scoring de bajo coste, una parte de estos préstamos podrían darse a interés cero. Hay que considerar el sobreendeudamiento y extender la amortización el tiempo que sea necesario, para empresas que tengan un futuro. Tercero, el tratamiento y aplazamiento de las deudas tributarias es pobre; no debe cobrarse interés en ningún caso, pues hoy el interés no existe; las ayudas fiscales se valoran en 117 millones, y tendrían que ser mucho mayores. Las comunidades autónomas han de facilitar la movilidad en los negocios eliminando temporalmente cargas fiscales, y los ayuntamientos sus impuestos y tasas. En el cuarto grupo, sobre cuotas y seguridad social, lo mismo, se estima en 73 millones el coste de los aplazamientos y bonificaciones, y esa cantidad podría multiplicarse. Hoy en día los que defienden a ultranza el libre mercado y la competencia han tirado la toalla, y no es difícil construir programas de intervención pública poli partidos, con la coherencia necesaria en el reparto de los gastos y las cargas, pues es obvio, por ejemplo, que el dinero público de un ERTE está pensado para mantener el empleo, no para despedir.

La política económica tiene ahora una carga de ideas especialmente compleja, y aparecen sentimientos contradictorios a la hora de valorar la posible salvación de empresas, trabajadores, o colectivos concretos de personas. Una forma de ser, de comportarse, de pensar, más natural, espontánea, y simple, es lo que echa de menos John Gray en su librito Filosofía felina: gatos y significado de la vida. Gray es un filósofo social muy popular, y emplea aquí su imaginación y capacidad de provocar al lector argumentando que el gato es un modelo de vivir y dejar vivir, del que admira cómo disfruta los momentos; y valora que, salvo circunstancias en que siente una amenaza o está en un ambiente hostil, su afecto y apreciación es natural y simple. Desde luego, nosotros no somos gatos -si no Gray no habría escrito el libro-, tomamos decisiones difíciles y cometemos errores, pero dos ideas laten en este pequeño libro: que podríamos abordar las circunstancias de la vida de una forma más práctica y elemental, procurando adaptarnos a ellas; y disfrutar y conformarnos con lo bueno que tenemos, sin llevar siempre las expectativas, la ambición, y el deseo al límite.

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