Tu aspecto aniñado hace que juegues con ventaja. Tu escaso metro y medio y la redondez de tu rostro engañan hasta al más avispado. Vas camino de los treinta pero todos te creen adolescente. Finges odiarlo -por aquello del poco respeto que infundes- pero en el fondo disfrutas con ello. Te gusta que te miren por encima del hombro esos que por pertenecer a otra generación se creen superiores y hasta te provoca cierto placer que un adulto te trate con condescendencia. Te gusta, aunque afirmes odiarlos, que te incluyan en el saco de los millennials y que te mantengan la mirada cuando lanzan algún improperio a la tan descarriada juventud. Tú, que ya vas de vuelta de alguna que otra historia, disfrutas en silencio de esa adolescencia tardía otorgada por aquellos que te ven pero no te miran. Forever young, que diría la canción, en ti es todo un lema. Los años de universidad te quedan lejanos y las locuras impulsivas ahora son tan premeditadas que se convierten en abortos. No te das cuenta. Eres el joven de muchos círculos y alardeas de tu falsa juventud cada vez que la situación lo requiere. Controlas los grupos del momento, las tendencias que se hacen virales y el argot juvenil es tu única jerga. En el mundo de los adultos eres el mismísimo Dios en la Tierra. Te envidian y, en el fondo, eso te hace entrar en éxtasis. No saben de tu mentira y tú estiras el chicle ,a ver cuánto aguanta. No es que te guste engañar, es que disfrutas de tu permanente estado de Peter Pan. Hasta que un día te topas con un verdadero grupo de adolescentes tardíos.

Ellos, asombrados por tu adulta experiencia (ironías de la vida), te incluyen como a uno más. Hablan. Rápido y de muchas cosas. De esa forma atropellada en la que hablan los que tienen mucho que decir y demasiado poco tiempo. Te pierdes. Utilizan palabras que la RAE jamás aceptaría. Ni siquiera preguntas por no quedar en evidencia. Intercambian impresiones sobre la nueva canción de un individuo cuyo nombre tiene mucha consonante y poca vocal. Asientes. Para ti era moderno el Malamente de Rosalía, para ellos es del siglo pasado. De pronto te caen los años. Todos de golpe. Y sales de tu mentira con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas. Porque ni la cara de niño ni el metro y medio impiden que la vida siga su curso, que tú cumplas años y que las etapas terminen. Aunque nos empeñemos en tener 15 años y toda la vida por delante, aunque queramos crecer y no madurar.

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