Aveces se usa el término 'fracaso' con una facilidad pasmosa, con ese derecho que se tiene a juzgar todo. Aunque el fútbol es resultadismo, en ocasiones un centímetro más a la derecha o más la izquierda separa el éxito del fracaso en el fútbol, olvidando el proceso. Empero el final de temporada del Almería no ha sido ese cruel que sufrió Las Palmas ante el Córdoba en uno de los desenlaces más de Valle-Inclán que se han visto nunca. Lo de los rojiblancos fue un quiero y no puedo, chocándose contra el muro que fue el Girona. Como bien comentaba César Vargas, si esto hubiese una serie de siete partidos como en la NBA, el Almería difícilmente hubiese llegado al quinto, al sexto como mucho. Los de Francisco volvieron, otra temporada consecutiva, a demostrar que conocían el camino para alcanzar a la final de ascenso. A los cinco minutos ya estaba prácticamente sentenciada la eliminatoria. La vuelta terminó con el resultado gafas, si bien el Girona mereció ganar y quién sabe si no lo hubiese hecho en caso de haberlo necesitado. La UDA ha estado dos cursos consecutivos en la parte alta de la tabla de principio a fin (excepto las primeras jornadas de este curso recién acabado), algo que hubiese sido un éxito en la época mala de Alfonso García, cuando bastaba con salvarse en la última jornada. Con la llegada de la nueva propiedad en agosto de 2019 la ambición viró y, como consecuencia, los objetivos. El ascenso directo era la prioridad (conscientes de la dificultad de la promoción), aunque subir era igual de válido de las dos maneras. El Almería, que no ha dado el callo con los rivales directos, necesita un punto más para abandonar el grupo de los buenos y entrar en el de los mejores.

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