Es probable que fuera José Mourinho quien pusiera de moda en nuestro país el anglicismo "top" para referirse a aquel o aquellos que están en la cima del deporte. De eso han pasado ya algunos años. Las noches y los días fueron desfigurando esa idea de estar en lo alto mirando a todos desde el cielo. De aquellos tiempos cuando la gente cantaba "yo soy español, español, español, a qué quieres que te gane" a este presente gris ha llovido toda una vida. Como en los equipos podemos hablar del fin de un ciclo, que no por casualidad coincide con una generación de jugadores que han hecho historia, pero cuya presencia, en algunos casos, es solo testimonial. Nuestro fútbol se ha ido marchitando a medida que las estrellas que le sostuvieron, fueron cumpliendo años. Las empresas y los estados tienen hoy por hoy más fuerza que las asambleas societarias y si el dinero manda, quienes dirigen la batuta se encuentran en tierras lejanas. Para colmo de males, llegó la pandemia como un tsunami devastador que hizo explotar la burbuja, daños que se han notado en algunos clubes más que en otros, pero con carácter de estocada mortal. Y entonces los jóvenes que vivieron estos últimos quince años disfrutando de la llamada mejor liga del mundo, ahora no terminan de entender lo que está sucediendo. Extraviados como dentro de una cabina de teléfonos, van perdiendo el interés por la pelotita conforme la competencia se ha vulgarizado. Este fin de semana cayó el Atlético contra el Alavés, empató el Real Madrid de local ante el Villareal y ganó el Barça al Levante, después de empatar con Granada y Cádiz. El nivel se ha igualado, pero hacia abajo. O tal vez ha vuelto a ser lo que ha sido toda la vida, tiempos en los que el Valencia podía consagrarse campeón o la Real Sociedad de Nihat y Kovacevic peleaban hasta el final. En Europa no nos respetan a nivel de clubes. La selección es una más en un pelotón de de medio pelo. No somos top, aunque eso no quiere decir que no volvamos a serlo.
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