Todos hay buenos y malos. Desde que tengo uso de razón, recuerdo observar y hasta tener que elegir y tomar partido entre la dicotomía del supuestamente bueno y el presuntamente malo de turno. Podía ser en la vida real, con tu padre o tu madre y la típica pregunta de a quién querías más hecha con la visión mental de un adulto que esperaba fueses diplomático y respondieses que a los dos por igual. Y uno sabía, por aprendizaje progresivo, que era lo correcto pese a que un día tirases más por uno de los dos, el que se hubiera mantenido más neutral si tras una trastada merecías castigo.

También a veces había que elegir entre hermanos, abuelos o amigos. Tenías que pedirte indios o vaqueros -en teoría malos/buenos, respectivamente- para jugar o decidir si eras más del Coyote o Correcaminos. Siempre me han ido los retos y de hecho sigo siendo de la Real cuando lo fácil sería ser del Barça o Madrid y escudarse en la UDA a conveniencia. O viceversa, si los rojiblancos palman y fallan penaltis, como el domingo pasado. Qué fácil es acordarse del héroe ausente y de la madre del villano. Para más duelo, Sadiq no pudo participar con su selección para evitar la debacle de la no clasificación mundialista de los nigerianos.

Alguno la ha tomado con Eguavoen, seleccionador de las águilas verdes y ex jugador que, seguramente al igual que Umar y el 99% de futbolistas profesionales, tiene como máxima aspiración personal y deportiva defender los colores de su país. Los que se quedaron en Almería es cierto que no dieron la talla. Y es que estar a la altura del 9 rojiblanco se antoja tarea laboriosa por no decir imposible. Ni Dyego Sousa, con fallos clamorosos e impropios de un delantero que se ha mostrado eficaz, ni Juan Villar, fallando la repetición del penalti que había marrado De la Hoz -justicia divina- pudieron evitar salir como villanos del estadio.

Lo peor, como en el bullying a críos en edad escolar, es lo que viene después en redes. Con todos mis respetos al que los merezca, es de juzgado de guardia ensañarse con una persona porque falla. Me da igual si es la segunda, la quinta o la enésima. Que se llame Juan o Dyego. Ya está bien de hacerse el gallito y el gracioso tras un perfil de Twitter o Instagram. Porque aunque se crea tenerla, toda razón se pierde. Y al final el villano eres tú, imbécil.

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