Análisis

Tacho Rufino

Illa: lo primero, las elecciones

El ministro de Sanidad cesa de facto para irse a Cataluña, demostrando que lo primero es el interés del partidoEl almirante (Sánchez) manda abandonar el barco al capitán (Illa): no es de extrañar

La estrategia en una empresa privada debe estar orientada a la obtención del máximo beneficio, o si preferimos decirlo más suave para las mentes puritanas -en el sentido de propensas a escandalizarse con los dineros... de otros-, a la consecución de sus objetivos al mínimo coste. En las grandes declaraciones de papel cuché, te citarán a la felicidad de los empleados y a la contribución a la sociedad como tan altas responsabilidades corporativas como lo dicho, el beneficio y la retribución económica de los propietarios: pero son fines accesorios, si no medios para alcanzar el fin lucrativo. Así es porque así debe ser y/o porque además no funciona de otra forma. Por un lado, la propiedad pública de todos los medios de producción es, a tenor de la historia económica, garantía de empobrecimiento (no así el mantenimiento de ciertos sectores estratégicos para el país bajo la tutela o propiedad del Estado, y hay ejemplos nutritivos al otro lado de los Pirineos y al sur de los Alpes; por ejemplo, en la industria eléctrica). Por otro lado, y citaremos a Adam Smith por enésima vez, del egoísmo del carnicero depende que tengamos un filete en la mesa a la hora de la cena. Beneficio privado, más lícito y hasta necesario egoísmo, pero cumpliendo la legalidad mercantil, laboral, fiscal, administrativa: eso es todo, y no es poco. Ha quedado largo el introito, pero vale si concluimos que todos esos principios deben regir en la esfera privada. Cosa distinta debe regir en la pública, donde la consecución de los objetivos -en sanidad, educación y seguridad, como mínimo- debe estar sujeta al buen uso de los recursos, o sea, a la eficiencia del lado de los costes, financiados en grandísima medida por impuestos de particulares -sobre todo- y empresas -menos-.

La política, dentro de lo público, es un caso muy particular. La política debe estar al servicio de las necesidades públicas, siquiera de las de sus votantes. Pero tantas veces no es así. No dudo de que a Angela Merkel no se le escapan las ambiciones de su partido cuando hace política para su país como presidenta o canciller. No dudo tampoco, sin embargo, que lo primero es su país, y diría más: hasta Europa. Y a los hechos cabe remitirse: la Gran Coalición como forma natural de gobierno inter pares, su forma de dar y tomar, sus riesgos con la inmigración siendo conservadora, no pocos otros ejemplos de grandeza política, contraria a la ciega ambición por conseguir y mantener el poder personal ni el de su partido. No puedo dudar tampoco que a nuestro presidente del gobierno nunca se le escapan el ejercicio del poder, propaganda personal incluida, y su mantenimiento como principios en cualquier movimiento gubernativo que realiza. Que el Partido Popular y Casado no consideran ni por asomo un acuerdo de gran gobierno nacional con el PSOE es la otra cara de esta moneda de cuño partidista y personalista. De este lastimoso estado de cosas en un embate histórico sin precedentes. (Este es el momento en que el soldado de un bando y el del otro aluden a la "equidistancia", dolidos en su fidelidad acrítica.)

En una tercera ola de un ataque de un virus mutante, con una logística más que militar necesaria para el contraataque de las vacunas, el ministro responsable, Illa, abandona el barco, por orden del almirante, Sánchez. Éste ya se había encargado de pasar la patata caliente a las autonomías, convirtiendo a España en un poliedro desquiciado de casi veinte normativas (y arbitrariedades). Lo hizo con una carga electoral demasiado grande en su decisión. Tampoco dudo que haber mandado a Illa como candidato a las elecciones catalanas también es electoralismo, e irresponsabilidad frente a la pandemia. Estos son los bueyes con los que aramos. Y Tezanos, de propagandista. Lo primero es lo primero.

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