Análisis

Carmen rubio soler

Imágenes y representaciones

Instagram es la red de los artistas, rápida, visual e inmediata. Basada en las imágenes, permite textos y diálogos, mientras que no se pierde en otras distracciones que nos desvían de objetivos iniciales hacia discursos gratuitos, en los que, a priori, no pretendíamos entrar. Permite almacenar y coleccionar imágenes, enviarlas a alguien en concreto y debatir, en privado o colectivamente, con el enriquecimiento que esto conlleva, pero siempre con las imágenes como protagonistas. En pandemia ha sido el gran escaparate del Arte y de sus creadores. Es una galería de arte, infinita, sí, pero es virtual. No permite tocar ni mirar lo real, sorprendernos con los tamaños y escalas en los que ha trabajado el artista, no podemos admirar el virtuosismo de un dibujo, ni reconocer las limitaciones de las técnicas o disfrutar y perdernos en texturas y huellas que quedan impresas para siempre en las superficies que recogen la idea del pintor, o simplemente el paso del creador que las dejó.

Ya lo decía Magritte, Ceci n'est pas une pipe (1929) y nos cuestionaba la realidad pictórica enfrentándola a la ilusión espacial, a lo que realmente representa, lo que entonces se denominó el trasunto de la pintura. Esta ironía y la perspicacia de sus reflexiones se acercan a las reflexiones actuales de un mundo lleno de imágenes, que a lo mejor adolece de falta de espíritu de debate. Un mundo gobernado por imágenes en el que tenemos que recordar que la representación de la obra no es la obra.

Los artistas lo saben y por ello hacen un uso profesional de las redes. Sabedores de la importancia del lenguaje visual, del que no todos somos conocedores, que no todos compartimos, pero que nos llega como si lo domináramos de manera natural. Y para entender hoy el mundo del Arte Contemporáneo tenemos que ser conscientes de esto.

No podemos permitirnos el lujo de que los visitantes de estos espacios digitales crean que esto es la realidad. Los que viven en el mundo del Arte, críticos, artistas, galeristas, coleccionistas, gestores culturales, comisarios, museólogos, pedagogos e interesados y aficionados tenemos la tarea, todos, la difícil labor de recordar el placer de la admiración, el lujo de estar ante una obra de arte, el privilegio de sentir, de sentir emoción, repulsa, preocupación, terror. Debemos volver a vivir el arte en sus forma de diálogo más puro y ancestral, presentándonos ante la obra manteniendo con ella una comunicación íntima y personal, y poder decidir después si compartir o no esa conversación, que habrá marcado de algún modo nuestra forma de entender nuestro lugar aquí, donde quiera que sea, cuando sea, seamos quienes seamos en ese momento. No importa la obra, importa su función como mensaje emitido por un creador con la intención de transmitirlo.

Sin duda hoy las representaciones son tan importantes como las imágenes representadas y las vías por las que corren. No hay discusión sobre la lograda democratización del Arte y el privilegio de poder acceder a mundos y universos artísticos a los que no llegaríamos en tiempos pasados. Pero, no olvidemos, la obra de arte está realizada para ser compartida, para ser observada de manera presencial no solo telemática. El Arte también hay que vivirlo.

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