Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

Infancia 2.0

Qué equivocados están los padres que eluden en la vida de sus hijos una necesaria ración de calle

H ACE unos días encontré por Facebook, compartido en el muro de un buen amigo, una imagen dibujada que definía a la perfección lo que ha cambiado las cosas, en lo que a costumbres humanas se refiere, en los últimos quince o veinte años. Se veían dos críos sentados en el banco de un parque, cada uno en un extremo, uno con la mirada puesta en la pantalla de un móvil y otro en la de un ordenador portátil, con los auriculares puestos. Vamos, ajenos totalmente al entorno en el que se encontraban. Sus cuerpos estaban allí, pero sus mentes en algún contexto virtual. Justo debajo de ese banco, enterrados bajo tierra, había dos esqueletos con los brazos en alto, con una pelota rojiblanca enmedio, como si hubiesen perecido en aquel lugar disfrutando de la infancia como se hacía hasta hace dos décadas, interactuando realmente con los amigos, en cualquier lugar espacioso en el que dejar volar la imaginación tras hacer los deberes. Sin cables, sin juegos digitales ni aparatos multimedia que privasen a un grupo de chavales de barrio de mirarse a los ojos para hablarse. La calle ha perdido a los niños. Nos suelen pintar esta situación como algo lógico, diciendo que ahora hay más peligros que antes y es mejor que estén en casa, dejándose la vista en una pantalla o jugando a videojuegos de guerra, porque claro, las nuevas tecnologías no son para nada negativas, no hay nada malo por las redes sociales. Qué equivocados están esos padres que eluden por completo en la vida de sus pequeños la necesaria ración de libertad que deben experimentar sus hijos en la calle, porque la calle es real, ayuda a que se mejore la comunicación con otras personas, es muchísimo más sano y agudiza más el ingenio y la imaginación hacer de polis y ladrones en un parque saltar con un muñequito en una tablet. Es cierto que ya con los últimos resquicios de inocencia, con 16 años, los peligros callejeros se multiplican por diez, pero tengan confianza en sus hijos e hijas si los han educado bien. Llévenlos a los parques, que corran, que salten, que se raspen las rodillas, que respiren aire puro y empiecen a conocer a esos amigos que en su futura adolescencia quizás les ayuden a tomar buenas decisiones.

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