Análisis

manuel campo vidal

Investidura sorpresa o más opereta electoral

Cualquier español que viaje por trabajo a América o a Europa sabe que en sus reuniones le caerá casi siempre una pregunta sobre la falta de Gobierno en España o sobre Pedro Sánchez. Piensen que éste está casi semanalmente en los telediarios franceses, alemanes y belgas, y que en un año de mandato ha visitado Chile, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, México, Guatemala, Canadá, Estados Unidos y Argentina. Más viajes a América en un año que Zapatero y Rajoy juntos en casi quince, cumbres aparte. Donde estén León y Pontevedra, que se quiten América y Europa.

La escena internacional le apasiona tanto a Sánchez como a Felipe González. El empresariado lo agradece porque en cada viaje se cierran, o se siembran, grandes contratos, como las licitaciones para el tren bioceánico que cruzará Bolivia desde el Atlántico al Pacífico. Buena imagen internacional y capacidad de influencia recuperada, como cuando Felipe se sentaba a hablar con Kohl o Mitterrand.

Sánchez no es González, pero quiere serlo. El problema es que en su casa no logra que el Congreso afine una sinfonía para inaugurar la legislatura. La investidura está convocada pero, o suena la flauta o vamos a la opereta de otras elecciones. En los últimos cuatro años los gobiernos de España han pasado casi más tiempo en funciones que en plenitud de atribuciones. Y como dice el ministro de Exteriores (aún de España y pronto de Europa), Josep Borrell, "cuando se gobierna con provisionalidad, el cajón se queda lleno de decisiones que no se pueden sacar".

Lástima que no podamos contar con Luis Berlanga, el genial director de La escopeta nacional, para retratar esta opereta inacabable, con este vodevil de pactos y no pactos interpretado por jóvenes políticos que aspiran a gobernarnos. Seguro que creaba escenas con Casado y Rivera en una habitación, Abascal escondido en el armario, y los periodistas en el salón. Si nos llevan otra vez a elecciones, por favor, que alguien ruede este despropósito.

O hay investidura por sorpresa o tendremos las cuartas elecciones legislativas en cuatro años. En el exterior no dan crédito. En España tampoco: proliferan ya propuestas de reformar la ley electoral para que como en los ayuntamientos, si no hay pacto, gobierne la lista más votada. A ver si así se fuerzan acuerdos. O incluso la introducción de una segunda vuelta y que la ciudadanía decida lo que sus señorías no acuerdan.

Para esa película urgente del sucesor de Berlanga, ya está medio guión hecho. Las fallidas investiduras de Murcia y Madrid han aportado escenas surrealistas, insultos groseros por Twitter, fotos impensables o cafés de cinco horas. Pero lo más grave: vulneración de normas reglamentarias en la Asamblea de Madrid, como la negativa a que Ángel Gabilondo, que fue el más votado, pudiera presentar su candidatura, aunque le faltaran tres diputados para asegurarla. Miedo aterrador a que alguno de Cs votara en blanco, como en Huesca; o varios de Vox, como en Burgos; o la espantada de Murcia con salida taurina del hemiciclo en plena sesión; o que resultara presidente por sorpresa el único de Cs, como en Melilla. Está medio guión hecho y no tiene desperdicio; el otro medio toca la próxima semana en el Congreso. Los ensayos ya ven que prometen: viviremos dramatización previa y la sesión tendrá más audiencia que una final de fútbol. Lo único es que estamos hablando de España y de sus problemas. Lo olvidaron, parece.

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