Análisis

Ramón Bogas Crespo

Director de la Oficina de Comunicación del Obispado de Almería

¿Lentejas o foie?

Escribo este artículo un 8 de enero, y la frase más repetida en mi entorno es: "qué ganas de unas buenas lentejas de mi madre". Llevamos dos semanas de cañas, tapas, cenas familiares y de cientos de canapés de foie. A dios pongo por testigo que no tomaré un canapé más de foie (hasta las próximas navidades). Es cierto que lo hemos pasado bien. Es un placer encontrarse con los amigos, sentarse con la familia, hacer algún que otro exceso… pero, inevitablemente, después de este tipo de Navidad, que esta sociedad nos impele a vivir, hay algún regusto final a insatisfacción y artificialidad.

Dicen los antropólogos que los alimentos tienen "sentimientos". Es decir, que la comida sabe a historia, a infancia, a tierra, a personas… Y si me permitís, voy a intentar describir a qué me sabe el foie y a qué me saben las lentejas.

Cuando comemos muchas cosas a la vez, no podemos saborearlas bien. Devorar sin gustar nos deja aparentemente satisfechos, pero no nos hace disfrutar lo que tomamos. Eso pasa con el foie. Se pone en una mesa repleta de cosas, y lo que podría ser un placer se convierte en un adorno sin gusto. Pasa también con tanta gente en la mesa y tantas comidas seguidas. Al final, no disfrutamos de una buena charla, no fuimos capaces de comunicar nada importante, ni escuchamos al otro. La tele puesta a todo trapo, y el constante recoger y servir nos impidió "gustar" a los demás.

Con las lentejas pasa todo lo contrario. Después de los grandes fastos, las tomamos con un tomate "picao", y saben a gloria. En esa sencillez, da tiempo para saborear lo que estamos comiendo y huelen a hogar, a vida sosegada y a silencio. Todo un símbolo de la vida sencilla, de gustar la vida por dentro, y sentir que se puede ser feliz con muy poco, cuando tienes cerca gente con la que compartirla.

Por calendario, el fin de semana pasado, pasamos en un día de la gran fiesta de la Epifanía al Bautismo del Señor: comienzo de su vida pública. Y a mí me faltó poder saborear a ese Jesús que durante 30 años comió las lentejas de su Madre. En ese tiempo, gustó la vida pequeña, oró al Padre, hizo silencio…

Hoy quiero darte las gracias, Señor, por estas navidades compartidas, por tantos encuentros y besos. Los recibo como regalo y tarea. Pero quiero pedirte, también, que sepa encontrarte en la vida pequeña, en el trabajo cotidiano, en el atasco y en la prisa, en el compromiso y en el aburrimiento. Porque el foie bien vale de año en año, pero las lentejas gustan casi siempre.

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