Cuando acabas una relación, por muy buena persona que seas, por genial que acabes con quien ya es tu ex, le deseas lo peor. Puede que con el paso del tiempo, no días ni meses, sino en el mejor de los casos años, ese sentimiento maligno que hay en ti se vaya aplacando. Lo normal también es que haya cierta indiferencia, que te olvides a no ser que el destino se empeñe en ponerte a esa persona delante. Y eso es lo que pasa este fin de semana con Soriano, ex de una UDA que ya hace mucho dejó de echarlo de menos, no sé si será mutuo. Un servidor tampoco puede ser muy objetivo en este caso, puesto que nunca he escondido que el maño no era santo de mi devoción. Creo sinceramente que su etapa como jugador, capitán y buque insignia debió haber acabado mucho antes y por supuesto nunca debimos haberlo visto en el banquillo, entrenando a los que eran sus compañeros. Aquella salvación en Córdoba fue un pestiño agridulce que esperemos no se repita ni de lejos. En su descarga, a tiempo y toro pasado, diremos que lo de eternizarse en el club tampoco fue culpa suya. Tener el peso que tuvo fue gracias a sus virtudes y también a los defectos de otros, como algunos que siguen presidiendo clubes de su tierra y cargándose entrenadores que sumar a su lista de ex. Pero eso es otro cantar y parece estar también superado por estas partes. El Ibiza de Soriano, viniendo de 2ªB, tiene el mérito de estar rondando los puestos que dan derecho a play-off con una plantilla bien confeccionada de retales de otros equipos, mezclando juventud y veteranía, jugones con tuercebotas. Como debe ser, sobre todo en Segunda. Sin ir más lejos, entre sus delanteros está Cristian Herrera, uno que estuvo aquí de paso en una época oscura, cuando su ahora director deportivo ya estaba sobrando, con todos mis respetos. Y entre sus defensas, otro que acaba de abandonar el barco rojiblanco para alistarse en el de su tierra: Juan Ibiza. Pues nada, que les vaya bonito, pero peor que a nosotros y que los veamos siempre desde arriba. Como buenos ex.

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