NO hay otro argumento: se apela sólo al voto del miedo. De un extremo al otro del espectro ideológico.

En un tablero político tan abierto como el que muestran los sondeos, porque más allá de la ventaja que el PSOE parece tener, todo depende de la participación que haya y de qué evolución tengan en las urnas los dos bloques respecto a las expectativas de las encuestas porque cuatro de cada diez señalan que no han decidido qué votar: meten miedo al indeciso.

El candidato presidente Pedro Sánchez teme un pacto a la andaluza y el voto oculto de lo que bautiza como verdaderos españoles. Y transmite ese temor a su electorado potencial, desde el progresista moderado al izquierdista convencido (y que muchas veces no vota al PSOE). El votante de Vox es más explícito que oculto, pero es cierto que la falta de recuerdo de voto complica calibrar su verdadera dimensión. Más oculto puede ser el votante que, a regañadientes, vuelva a confiar en el PP y no reflejan las encuestas.

También Pablo Casado –y Albert Rivera– azuza el miedo a que el Gobierno de España siga dependiendo de la voluntad de los independentistas, como ocurre desde la moción de censura. En diciembre, en Andalucía no sólo pesó la desafección al PSOE de Susana Díaz –que influyó y mucho– sino también la indignación con la complicidad hacia unos grupos que violentaron al Estado desde sus propias instituciones. ¿Catalizará el voto ese temor?

Pero hay más miedos: que media campaña se desarrolle en plenas vacaciones hace temer por una desconexión de los votantes hasta la noche del lunes.

Y sobre todo: miedo a los dos debates consecutivos e imprevistos. Dos citas que pueden decantar al indeciso, alentar al abstencionista o movilizar al desencantado. El esperpento hasta cerrar ese calendario lo explica, porque Sánchez es quien más se juega: no estará Vox para apuntalar el temor que patrocina. Atentos.