Finales de junio, principios de verano. Es época de amontonarse en las playas y terrazas, algo que parece que nunca dejaremos de hacer. Ni siquiera en mitad de una pandemia mundial puede apelarse a la responsabilidad individual, o si no que le pregunten a los chavales del viaje de estudios en Mallorca. Da miedo pensar cómo estaremos de aquí a dos meses, cuando vuelva la Liga y podamos volver al estadio a ver a nuestra UDA, algo que a priori alegra, pero que a mí ya digo que no me inspira total confianza.

Porque hay gente que tiene las neuronas de viaje de estudios permanente, como la tonta con balcones a la calle que portaba un cartel durante la primera etapa del Tour de Francia. Algunos espectadores se convierten en protagonistas, en parte del espectáculo, casi siempre para mal, como esta imbécil de la pancarta de marras, más preocupada de salir en la foto o en la tele con su mensaje seguramente gilipollesco, al parecer dirigido a sus abuelos. La bromita causó una buena montonera, la lió parda.

Y es que muchos van a ver deporte como el que va a la playa o a la terraza: a pasarlo bien luciéndose sin importar ni pensar en los demás. Posturea, que algo queda. La moda de las pancartitas absurdas en los campos, estadios, pabellones o vías públicas mientras se celebra una competición deportiva ya pasa de castaño oscuro, por no hablar de la subnormalidad de saludar a la cámara, del móvil o de la tele.

Por todo esto, como si no tuviéramos bastante con lo que tenemos, justo el día que en España deja de ser obligatoria la mascarilla en exteriores, llegan estos tontos con balcón y pancarta al exterior para posar en la pasarela de la subnormalidad, montando pollos con sus cartelitos y mensajitos estúpidos que sólo les importan a ellos. ¿Te acuerdas de tus abuelos? Pues ve a verlos o llámalos y deja de incordiar, imbécil.

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