Sus propios muñecos le insultaban así que es un tipo que parecía reírse de sí mismo. Pero como la cara es el espejo del alma, finalmente nos vino a confirmar a lo largo de estos años que tras su rictus de sonrisa y autoparodia se escondía un tipo oscuro y ladino con el que mejor no hacer negocios. Los actores, guionistas o técnicos que pasaron por sus nóminas saben muchos de ellos los inopinados descuentos o los aplazamientos de sus pagos. Si en Aquí no hay quien viva, un milagro de su producción, había tantos actores desconocidos en su momento es porque así le salía mucho más barata. Y de esta manera conocimos a José Luis Gil, la adorable fan de la nicotina Mariví Bilbao o Fernando Tejero, que sufría pesadillas cuando los guiones le llegaban horas antes de grabar.

Moreno amenazaba y alargaba su sombra de tipo influyente e implacable. En los gremios de la pantalla era más temido que otra cosa, mientras desde la distancia los espectadores notábamos que algo fallaba en esa impostura de ventrílocuo que no pudo evitar nunca. Mejor no provocarlo. En las páginas de este periódico respondió en una entrevista "que aquellos que le criticaban eran personas que nunca habían hecho nada". Seguro que antes de esa respuesta había googleado qué se había dicho de él. Moreno siempre produjo espectáculos pretenciosos y series con guiones de cachiporra. Como siempre hay excepciones, bajo su batuta, o pese a su batuta, surgió la mejor telecomedia escrita en una cadena española, Aquí no hay quien viva, a la que le sucedió La que se avecina, que pese a todo no es lo mismo y haga reír industrialmente en sus continuas reposiciones. Los sobrinos levantaron pronto el vuelo, en cuando vieron que la producción se les trastabillaba con la supervisión del patriarca. Algo se temían desde tiempo atrás para aquella ruptura inevitable de hace diez años.

Moreno manipulaba como nadie, bien lo sabían sus muñecos, a los que trataba como sus hijos de cartón piedra.

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