La presente crisis asociada a la pandemia por Covid-19 ha afectado a todos los sectores de nuestra sociedad generando numerosas consecuencias sanitarias y económicas, a la par que se han recrudecido otros problemas sociales, como la brecha de género. Si antes de la pandemia las mujeres realizaban la mayor parte del trabajo no remunerado, desde principios de 2020 esta crisis ha propiciado que ellas hayan tenido que asumir más carga de trabajo y de cuidados familiares. Para numerosas mujeres trabajadoras la pandemia está afectando a sus vidas cotidianas, alterando el equilibrio entre trabajo y vida personal. Algunas trabajan más horas de la cuenta intentando aunar el trabajo remunerado con el que no lo está, que suele desarrollarse en el ámbito del hogar. La virtualización del trabajo está jugando un papel importante en nuestra sociedad, para bien y para mal. La Ley del trabajo a distancia, aprobada recientemente en el Congreso, supone un gran avance y, tal y como queda reflejando en su exposición de motivos, esa virtualización de las relaciones laborales ha traído consecuencias positivas como, por ejemplo, la posibilidad de la conciliación de la vida personal, familiar y laboral "a través del uso de las formas flexibles de trabajo, incluidas las fórmulas de trabajo a distancia". Este es el espíritu que, creemos, inspira la Ley; sin embargo, la percepción que algunos tienen de lo que es el trabajo a distancia es muy distinta a lo que se recoge en este precepto legal. A nuestro sindicato han llegado testimonios de mujeres para las que el teletrabajo ha supuesto una piedra más en el camino porque, para algunas de ellas, trabajar en casa puede llegar a ser un arma de doble filo. A priori, poder trabajar a distancia debería resultar más beneficioso para la conciliación personal y laboral porque permite organizar y flexibilizar el tiempo de trabajo adaptándolo a las circunstancias personales, sin que resulten afectados la productividad y el rendimiento laboral. De hecho, la propia Ley 28/2020 reconoce este extremo y, además, garantiza el derecho a la desconexión digital y el respeto a los horarios de trabajo. Sin embargo, determinadas prácticas empresariales ponen en peligro estas garantías y derechos al pretender borrar la delgada línea que separa lo personal de lo laboral. Si a esto añadimos la arraigada creencia, de la que muchos hombres aún no han conseguido deshacerse, de que los cuidados domésticos y familiares son intrínsecos a la condición femenina, nos encontramos con la escena perfecta de mujeres encerradas en su casa, explotadas, oprimidas y sin posibilidad de progresar. Aparte de lo anterior, la crisis sanitaria del Covid-19 está teniendo otras consecuencias muy graves para las mujeres víctimas de violencia de género; los datos de terrorismo machista siguen siendo una vergüenza para nuestra sociedad. Esta pandemia está contribuyendo a la reclusión de las mujeres en el hogar y este es, como todos sabemos, el principal escenario de la violencia machista. Por tanto, un mayor tiempo de convivencia con el agresor, debido a los confinamientos y a una mayor precariedad laboral derivada de la crisis económica, ha incrementado las agresiones machistas hacia las mujeres. Los efectos de esta pandemia, desde una perspectiva de género, están agudizando las desigualdades entre hombres y mujeres. Por ello, en este momento, nos encontramos en una situación en la que las mujeres necesitan, por un lado, una respuesta institucional y social a los problemas estructurales históricos que sitúan a las mujeres en un escalón inferior a los hombres y, por otro, una serie de iniciativas para impulsar la economía orientadas específicamente a las mujeres en estos tiempos de pandemia.

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