Con más pena que gloria se cerró el mercado invernal. Un periodo discreto e, incluso, molesto para la UD Almería, que pareciera que, únicamente movida por la presión social y mediática, ha tenido que hacer el esfuerzo de firmar jugadores, sin ningún afán por convertirse en un club dinámico y, por supuesto, sin el mayor interés por indagar en busca de aquel futbolista desconocido que pueda venir en propiedad a buen precio y convertirse en un referente de futuro. Demasiado trabajo. Aquí, desde hace años, se lleva más lo de esperar sentados a que el baile de agentes ofrezca algo barato. Lo de bueno y bonito es menos crucial. Se terminó enero del mismo modo que se acabó agosto, es decir, con la sensación de que hay una de las peores plantillas de su historia. Inferior a la del pasado curso y, por supuesto, a la de hace dos campañas. Peor que cualquiera que haya tenido en Primera, que aquella comandada con la que lidiaron Alcaraz, el Boquerón Esteban o Javi Gracia en 2012 y 2013 y un esperpento si se osa comparar con la que logró el ascenso con Emery o con aquella que coqueteó con ese ansiado sueño a las órdenes de Paco Flores. Habría que irse hasta 2004 para encontrar una plantilla con menos garantías que ésta, y aún así no las tendríamos todas con nosotros. El final de enero nos deja un panorama desolador que nos invita a confiar en que Pozo no se lesione, en que Rubén Alcaraz siga tocado por una varita, en que René nos dé más victorias o en que Lucas siga exprimiendo al máximo los poquísimos recursos con los que cuenta. Llevamos años subsistiendo con la esperanza de que nuestros jugadores cambien su cara y ofrezcan una versión mejor que jamás apareció. Ya no. Ahora somos conscientes de lo que hay, y no esperamos nada de casi nadie. Soleri o Lass son afortunados: los puestos en el once titular están baratísimos, aunque no tanto como las ofertas que busca el Almería en cada mercado de fichajes.

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