Este pasado domingo a punto estuvo de venirse a España la Nations League. El combinado dirigido por Luis Enrique, amado por unos y odiado por otros, se quedó a las puertas de hacerse con esta competición que cumplía su segunda edición. Un trofeo que puso rumbo hasta tierras francesas, tomando Francia el testigo de Portugal, con un encuentro marcado por la polémica. Mucho se ha hablado, y lo que queda, del gol de Mbappé. Pero en estas líneas uno no tiene intención de profundizar demasiado en ello, si bien es evidente que todo hubiera cambiado de no subir al tanteador cuando apenas restaban diez minutos de partido. Una competición minusvalorada cuando la pierdes, pero calificada de importante cuando la ganas. Un pensamiento que a nivel de clubes bien podría recordarnos a la Copa del Rey, calificada como trofeo menor cuando no es tu equipo el que se alza con este. Más allá de ese debate, un tanto absurdo, no lo vamos a negar, una alegría nunca viene mal. ¿Quién no quiere sumar una nueva copa para adornar sus vitrinas?

Una victoria siempre es una victoria, sería absurdo, y mucho, decir lo contrario. Pero, es más, llegar a una final después de cerca de una década sin hacerlo nunca viene mal, más cuando meses atrás te quedaste a las puertas de hacerlo en la Eurocopa. Una Nations League en la que los españoles pudieron vengarse ante los campeones de Europa de esa eliminación veraniega. Los años de gloria en los que la selección era prácticamente imbatible quedaron atrás. Unos éxitos con los que no pocos hemos crecido. Unos éxitos que dejaron atrás los continuos tropiezos, con la maldición de cuartos, a los que el combinado español venía acostumbrando.

El tiempo dirá sí esos añorados años de gloria están por volver con esta nueva generación que está entrando poco a poco en la selección.

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