En este mundo en el que vivimos nos estamos poniendo de una manera que en cualquier momento alguien va a terminar preso sin saber porqué. Hablo de la susceptibilidad que habita nuestros tiempos y que se manifiesta en el lenguaje. Las palabras son como balas disparadas desde el otro lado de las pantallas y acaban construyendo dictaduras. Desde que la comunicación se ha limitado a 280 caracteres, el contexto dejó de existir. Y claro, el contexto también explica, porque dice, indica, proporciona y completa la información. Pongamos por caso el cuarto árbitro rumano en Champions League, señalando a Pierre Webó como "ese chico negro", para mayor precisión del chivatazo con la intención de que el exOsasuna fuera expulsado del banquillo. La reacción de los jugadores del Basaksehir turco obligó a suspender el partido entendiendo que estábamos ante un caso de racismo. Yo no sé si el episodio era tal. Si hubiera sido pelirrojo a lo mejor yo hubiera dicho el colorado, como en mi barrio le decimos a mi amigo Gustavo, sin ninguna otra intención que precisar el dato. En Argentina, Uruguay y todos los países latinoamericanos, cualquiera conoce al Chino, al Turco, al Japo o al Cabezón. Solo hace falta mirarlos para saber el origen del apodo, que por lo general acaba reemplazando al nombre. Hace unos días el jugador uruguayo del Manchester United Edinson Cavani era suspendido con tres fechas y 100.000 libras esterlinas de multa por agradecerle a un amigo una felicitación por sus dos goles convertidos. "Gracias Negrito", fue la frase del charrúa en Instagram. Lo acusaron de racismo. Entiendo que para un inglés suene despectivo, pero si yo a cada amigo o familiar que me diga, como me dicen, Negro o Negrito, le pidiera un euro, hoy sería millonario. En mi barrio crecí jugando con el Burro, el Pájaro, el Tortuga, el Topo, el Chileno, el Tuna, el Ganso, el Hormiga, el Pony y toda la fauna terrenal. No había ofendiditos.

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