Análisis

Jorge colipe

Normalidad

Inglaterra se empleó a fondo para erradicar la violencia; en Argentina seguimos a otra cosa

El River-Boca acaparó la atención internacional este fin de semana. Todos los ojos del mundo puestos sobre un espectáculo global de esos que tardarán siglos en repetirse. La habilidad del presidente del Real Madrid, que vio una oportunidad única, permitió que mientras unos perdían la localía, los trescientos mil argentinos residentes en España, nos sintiéramos como en casa, porque allá, en nuestra casa verdadera, somos incapaces de disfrutar de lo que pasará muy pocas veces en la vida. Florentino Pérez, el gran hombre de negocios, propició con una sola llamada telefónica, sin haberlo previsto, por cosas del azar, por una carambola y por la intolerancia de los protagonistas, que la ciudad de Madrid hiciera caja con más de treinta millones de euros que le entraron por la chimenea; como si el gordo de navidad hubiera caído en Concha Espina y se repartiera entre bares, hoteles, taxis y tiendas de souvenirs. El River-Boca causaba morbo y ponía a prueba la seguridad de una ciudad, mientras el planeta observaba atento a esta especie de monos de feria en lo que nos hemos convertido los hinchas argentinos. Desde hace semanas que todo el mundo me pregunta sobre el partido, sobre la violencia, sobre la locura y la irracionalidad. A nadie le importa que yo sea de San Lorenzo. A nadie le importa que me encuentre a 3 horas de Madrid, viendo al Leeds United, el equipo del Loco Bielsa que recibía al Queens Park Rangers, por la segunda inglesa. Todos me identificaron y sospecho que a cualquier argentino, con la sinrazón, esperando una opinión, una explicación, algo que permitiera comprender por qué una fiesta que debería celebrarse allí, tenía que trasladarse miles de kilómetros porque algunos decidieron reventarla. Civilización o barbarie, ésa es la cuestión. En Inglaterra, donde hubo que emplearse a fondo para erradicar la violencia, las cosas han vuelto a la normalidad. Pero a estas alturas, en Argentina, la normalidad es otra cosa.

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