Ya he observado mucho. Lo suficiente como para albergar en mi currículum profesional millones de segundos de observación, que sin quererlo, quién lo diría se han ido convirtiendo en años. Empecé a observar en segundo de carrera. En aquel entonces en mi pueblo se editaba un periódico mensual que tenía por nombre La Radio de Papel. El encargado de editarlo era un periodista loreño llamado Antonio Oliveros con el que me atreví a hablar para ofrecerle una columna al mes. "¿Dónde vives?", me preguntó aquel hombre amable. "En el Priorato", le respondí. "Pues hablarás de cosas del Priorato", sentenció.

Fue la primera vez que tuve rutina periodística. Hablaba de lo que quería, casi como hasta ahora, pero sobre todo de lo mío y de los míos. Mi columna salía todos los meses al lado de una firma: Luis Carrasco (Europa Press), que ponía al inicio. En mis primeros años de observadora llegué a pensar que cómo sería estar en un medio, contar historias y que te pagaran por ello, pasar de observar a vivir. Como aquel tal Luis, de Europa Press, cuyo escrito Oliveros maquetaba siempre a mi lado en aquellas páginas de información local.

Tiempo después de eso, seguí observando desde una página web con aire retro que volcaba teletipos locales que llegaban a un correo general. Pasé de la observación clásica a la digital, aprendiendo mucho de política local y de un nuevo periodismo que por entonces comenzaba a asomar la cabecita. Allí estuve un tiempo, pero mi idilio con la observación se expandiría con las prácticas de tercero de carrera.

La primera vez que observé una redacción, la de Diario de Sevilla, me dio cierto miedo. El ritmo, las prisas, las secciones, el jaleo de teclas, teléfonos y televisores. Todo ese caos que debía ser ordenado para contar la realidad día tras día. Entrevistas, reportajes, noticias que debían ser escritos con profesionalidad, rigor, pero sobre todo, mucha mucha velocidad.

Después llegó la radio, los blogs, las presentaciones de eventos, las participaciones en mesas redondas o los debates televisivos. Años y años de amplia observación que no cambiaría por nada del mundo.

Pero si me preguntan si en todos esos años de observación hubiera aprendido lo mismo habiendo cobrado les respondería que lo mismo no, que seguramente mucho más. Porque todos esos segundos de observación no han sido exclusivos para ello. Paralelamente he tenido que hacer de azafata, de cuidadora, de camarera, de encuestadora... Haciendo malabares para poder estar. Si me preguntasen si quisiera que las nuevas generaciones de jóvenes tuvieran un máster en observar, en ser los mejores observando, les diría que esa cualidad no es incompatible con recibir un sueldo, un incentivo, algo que les ayude a avanzar y ser mejores profesionales.

Si me preguntasen si debo escoger entre observar o vivir, les diría que en el segundo verbo, no sé si se habrán percatado en la Academia de Cine, ya va incluido el primero.

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