Análisis

rogelio rodríguez

Pactos sobre barriles de pólvora

Todo pacto entre adversarios políticos tiene un porcentaje de cinismo, de espurio interés, incluso cuando procura la estabilidad social y económica. Ocurre siempre, aunque no siempre esos condicionantes partidistas -o personalistas- frustran el provechoso objetivo que, en principio, persigue todo acuerdo entre diferentes en aras de una causa general. La cultura del pacto figura en el ADN de la mayor parte de los países de la UE, donde las alianzas de Gobierno entre partidos ideológicamente cercanos son muy frecuentes, y donde conservadores y socialdemócratas también han consensuado políticas con ánimo intachable y feliz resultado. No es el caso de España, quizás porque hasta ahora el partido vencedor no ha precisado coaligarse para gobernar, ya sea por contar con mayoría o por bastarle con acuerdos puntuales, especialmente con los nacionalismos moderados.

A nuestro modelo democrático -eficaz durante tantos años- la necesidad del pacto le ha llegado de forma intempestiva, cuando la palidez intelectual e ideológica de los principales actores es harto elocuente y cuando en la delicada la olla del Estado algunos introducen asuntos que huelen a podrido. Ninguno de los acuerdos sellados estos días entre las distintas formaciones para la gobernanza de municipios y regiones genera confianza. Los fines son confusos y los medios provocan inquietud. Asistimos a un juego malabar pleno de componendas contradictorias, selladas sobre barriles de pólvora, que sólo sirven de reclamo a los pájaros de mal agüero, y eso que aún estamos en el estadio de la incomprensión. Le sucede a una gran mayoría de ciudadanos, incapaces de concebir, por ejemplo, que el PSOE pierda su dignidad en Navarra concediendo aposento institucional a los nacionalistas vasco navarros de Geroa Bai y, aún peor, a los filoetarras de Bildu, o las coaliciones entre socialistas y podemitas en La Rioja, Baleares o Canarias, presumibles caldos tóxicos para el maridaje del próximo Gobierno de la nación, cuyo sostén también depende del vejatorio plácet independentista.

Pero el cinismo afecta a todos casi por igual. No hay programa que, concluido el proceso electoral, permanezca intacto. Arrojarlos al vertedero es condición previa para acceder a los despachos. Alarma saber que PP y Vox han firmado pactos secretos y espanta comprobar cómo Cs se apoltrona en las disputaciones que proponía eliminar. Rivera acumula estos días más críticas que ningún otro líder porque ha frustrado muchas de las expectativas que concitó su alentador salto a la política nacional. Ambición desmesurada, indefinición e imprudencia rotulan hoy su imagen, además del fariseísmo que exudan los estentóreos ataques a Vox, partido al que -¡vaya por Dios!- Cs debe su estancia en señaladas instituciones de poder. Rivera pudo erigirse en paladín de una oposición capaz y responsable si, en vez de negar toda posibilidad de acuerdo con Sánchez, lo hubiera forzado a optar entre una oferta de consenso constitucionalista y la que representan populistas y secesionistas. Perdió la iniciativa. Su deseo viajaba en otro tranvía. Rivera cree, como decía el genial Perich, que hasta los ceros para ser algo han de estar a la derecha.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios