En mis 26 años de vida, la mayoría de ellos como abonado rojiblanco, jamás vi tanta hostilidad de la afición hacia la directiva del club. Son decenas los hinchas a los que escuchado decir que no renovarán su carnet si Alfonso García y los suyos siguen dirigiendo lo que hace años se convirtió en un cortijo sin más ley que la de complacer continuamente al mandamás haciendo el menor ruido posible y dejando que reine el desconcierto. La situación es insostenible, esperpéntica e insultante para cualquier aficionado que valore mínimamente lo que es divertirse con el fútbol e identificarse con un club. El anuncio de Fran Fernández llegó con 19 días de retraso. No es casualidad. Al técnico almeriense lo marearon vilmente. La dirección deportiva le brindó su confianza en ese contexto de euforia tras la permanencia en Lugo para, a continuación, tenerlo más de dos semanas con una incertidumbre que, sin embargo, él siempre acató con respeto. En su ilusión por continuar en el banquillo andaluz rechazó hasta tres ofertas millonarias del continente asiático e, incluso, otra de un filial español de Segunda B. Todo por esperar a un Almería que, mientras tanto, tanteaba a otros entrenadores, y es que la palabra de Corona e Ibán Andrés vale muy poco en un club completamente dominado por Alfonso García. Sea como sea, Fran Fernández tiene lo que se ha ganado a base de esfuerzo y paciencia. Para él este es, sin duda, el papel de su vida. En manos del club está el no convertirlo en un papelón. Parece imposible, teniendo en cuenta que la limpieza en el vestuario está empezando por aquellos pocos jugadores que tenían un cierto criterio con el balón en sus pies. Fidel ya se ha marchado bajo un oscurantismo al que ya estamos acostumbrados, y Pozo parece el siguiente. Mientras tanto, apenas quedan una decena de futbolistas de los cuales muy pocos sirven para soñar con un proyecto ilusionante. No, no tiene buena pinta, aunque Fran Fernández ya sea algo a lo que aferrarnos en este despropósito en lo que se ha convertido la UDA.

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