Reencuentro inesperado

Fue precisamente en una de estas gestiones donde conoció al gran amor de su vida y con el que tendría su bien más preciado: su hermosa hija

HAN sido numerosos los años en los que he anhelado reencontrarme con aquellos compañeros de colegio que no veo desde la infancia. Gracias a una red social, muy conocida, pude contactar con algunos de ellos que, por sorpresa, todavía mantenían contacto entre sí a pesar de haber transcurrido más de 40 años. Emocionado con la idea de volver a verlos, adquirí un billete de autobús dirección a Terrassa (la tierra donde nací) para obrar el milagro.

Lamentablemente algunos de los compañeros no pudieron asistir, he de reconocer que me llevé una gran decepción en este sentido, pero disfruté de la compañía de aquellos que acudieron puntuales al punto de encuentro: la puerta de nuestro antiguo colegio. Fue un día maravilloso, paseé recorriendo aquellas calles, las cuales apenas podía reconocer fruto del transcurso de los años y de los cambios que estos producen en todo cuanto nos rodea. La tarde iba muriendo y algunos de mis antiguos compañeros se iban despidiendo, para dejar de ser niños y volver a su vida de adultos nuevamente. Al final de aquella tarde solo quedábamos mi compañera Loli y un servidor, no recuerdo con certeza cómo sucedió pero terminamos hablando de los seres queridos que nos abandonan; y ella me asombró con una anécdota difícil de creer y que os traslado para que juzguéis vosotros mismos.

Esta historia camina entre lo posible y lo imposible, más ficción que realidad, pero de lo que no cabe duda es que parece estar inspirada en alguna novela de Javier Sierra; todavía me estremezco al recordarla. Trata sobre una madre que regresó del más allá para enmendar la complicada vida que había decidido llevar su hija adolescente, la cual había olvidado por completo los valores que ella le enseñó en vida. Carmen había tenido una infancia dura sin el cariño y la protección de un padre; sin embargo, nunca le faltó el incondicional amor de su madre. Desde adolescente había soñado con prosperar en la vida, dejando atrás todas aquellas vicisitudes y malos recuerdos de su infancia. Con tan solo 17 años, su madre falleció tras una larga lucha contra esa enfermedad que terminó apagándola progresivamente: un cáncer de pulmón. Se encontraba totalmente sola y desconsolada, perdida en un mundo cruel que siempre le daba la espalda.

No fue sencillo superar el duelo, tuvo que reponerse sin dejar de lado su duro trabajo limpiando casas y portales. Pasaron los meses y con los pocos ahorros que pudo conseguir, se marchó para comenzar una nueva vida en Almería, tierra de la que su difunta madre hablaba con frecuencia y de la que quedó enamorada. Era una ciudad tranquila, con un clima acogedor y con personas cercanas. Carmen no tardó mucho en conseguir trabajo, después de tocar a muchas puertas, encontró su deseado puesto en una inmobiliaria, logrando en un corto periodo de tiempo la cartera más amplia de clientes de todos los trabajadores de la empresa. Descubrió que tenía habilidades innatas para vender inmuebles; desarrolló aptitudes y estrategias de forma autodidacta; carecía de formación previa pero cerraba la mayoría de operaciones en tiempo record. Fue precisamente en una de estas gestiones donde conoció al gran amor de su vida y con el que tendría su bien más preciado: su hermosa hija.

Todo sucedió muy deprisa, al poco tiempo de conocerse, Carmen y Fernando se fueron a vivir a una casa hermosa, con un inmenso jardín, donde ambos disfrutaban todas las tardes de la lectura y de la compañía del otro, mientras que tomaban el sol. Al poco de cumplir los 33 años, recibieron la gran noticia: estaban esperando un bebé. Era una situación extraña que Carmen, como madre primeriza no había experimentado aún, una sensación nueva invadió su cuerpo, una mezcla de incertidumbre y felicidad plena. Por suerte tuvo un embarazo sereno, sin contratiempos, su hija nació en un caluroso día del mes de julio, siendo éste el mejor regalo que podía recibir.

Aquella criatura cambió todos los planes de Carmen, que acabó dejando su trabajo para volcarse plenamente en su angelito. Los primeros meses pasaron muy rápido, la pequeña no daba demasiadas molestias, comía y dormía plácidamente. A los 7 meses dijo su primera palabra que fue: mamá. Una tarde mientras sostenía a la niña entre sus brazos, en ese ambiente de bienestar que había conseguido, apareció un presentimiento poco frecuente en la mente de Carmen, un temor a que ese clima de amor fuera destruido, una sospecha de que pronto todo ese entorno cambiaría. Por más que intentaba reflexionar sobre lo absurdo que era preocuparse por un mal augurio, no podía esquivar esos pensamientos negativos, quiso restarle importancia imaginando que todo se debía a la dura infancia que vivió, pero lo cierto es que no andaba desencaminada…

Años después, cuando su hija comenzó el colegio, volvió a aceptar su antiguo puesto de trabajo, ahora tenía más tiempo libre y los gastos se habían incrementado. Con el tiempo la niña se hizo mayor antes de que se hubieran dado cuenta, siguieron pasando los años y finalmente cumplió 18, se celebró un cumpleaños por todo lo alto para festejar su mayoría de edad, una fiesta repleta de amigos y amigas, con actuaciones de su cantante favorita.

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