En el fútbol nunca hay que dar por muerto a nadie. En ese sentido hay cierta semejanza con la política, se vive en la coyuntura, es un estado de ánimo, es un chute o una falta de inyecciones de moral. Por eso, además de que cualquiera le puede ganar a cualquiera, hay momentos claves, puntos de inflexión, situaciones en las que las cosas pueden cambiar su rumbo. El triunfo del Barcelona sobre el Real Madrid en la primera ronda del campeonato, provocó la destitución de Lopetegui. Por ejemplo, desde que José Mourinho dejó el Manchester United, el equipo no ha parado de crecer, de ganar, hasta meterse en la pelea por el título con jugadores de una enorme jerarquía que vuelven a ser los que conocimos antes. Son los mismos aunque con distinta disposición, solo un cambio en la conducción modificó el funcionamiento y los resultados, hasta parecerse a otro equipo diferente al insulso muro que había construido el técnico portugués. Otro ejemplo. Cuando Rafa Benítez dejó el Real Madrid, el equipo que cogió Zidane, con los mismos jugadores, lograron eternizarse erigiéndose en los dueños de Europa después de tres Champions consecutivas, algo nunca visto ni alcanzado por nadie más en la historia del fútbol europeo. Después de Zidane, llegó Lopetegui y el equipo Blanco poco se pareció al rey de Europa. Sin tiempo para extrañar al ex seleccionador español, el banquillo fue ocupado por Santiago Solari, el verborrágico técnico argentino que hasta este sábado parecía tener las horas contadas al frente del Madrid. Pero llegó el Sevilla, otro de los aspirantes, y el Real Madrid se pareció a aquel que se proclamó tricampeón europeo. Después de tantas malas sensaciones el equipo de la capital parece recuperar la memoria y como Lázaro, levantarse y andar. Resurrección en plena fiestas de San Sebastián para un equipo del que se espera mucho más.