Análisis

rogelio rodríguez

Rivera malgasta su crédito centrista

Un pacto PSOE-Cs tendría más razón que cuando sus líderes iban a pachas frente a Rajoy

En la praxis política la fragmentación no enriquece el pluralismo, como opinan, sobre todo, los que nunca optan al podio y sólo aspiran a robustecer sus intereses partidistas. El pluralismo es la esencia de la democracia, pero cuando en la fragmentación participan grupos tan heterogéneos como los que ennegrecen el actual mapa político, algunos de ellos destructores del sistema que los alimenta, el diálogo oscila entre el vodevil y el drama. El recelo no sólo emana del ganador minoritario, sino de las concesiones que éste deberá hacer para obtener una mayoría que le permita rellenar el BOE, a veces asumiendo compromisos de formaciones con objetivos, en principio, contrapuestos. Tiene razón el presidente popular de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, cuando propone reformar la Ley Electoral, cosa que su partido tampoco hizo cuando pudo. Hoy carece de lógica que el ganador no pueda gobernar o que lo haga coaccionado por dispares socios de ocasión.

Hace sólo dos años, PSOE y Ciudadanos suscribieron un acuerdo de Gobierno basado en 150 puntos, alentadores en general, que no triunfó por la oposición del codicioso líder de Podemos, Pablo Iglesias, el mismo que ahora -tan venido a menos, pero con el escudo de 42 diputados- amenaza con tumbar la investidura de Pedro Sánchez si éste no lo incluye en la nómina ministerial y acepta propuestas que chirrean en el secular ideario socialista. Resulta creíble que, a tenor de lo sucedido desde la moción de censura, Sánchez prefiera que Albert Rivera le garantizara, al menos, la investidura para escabullirse del ignominioso apoyo de la izquierda radical y de grupos secesionistas. Con los 180 diputados que suman PSOE y Cs, más los que se agregaran desde otras formaciones templadas, la legislatura arrancaría con un cariz muy distinto, acorde con lo que reclaman amplios sectores clave en la dinámica económica y social.

Un pacto PSOE-Ciudadanos tendría ahora más razón de ser aún que cuando sus líderes andaban a pachas frente a un Mariano Rajoy que se tapaba los ojos ante los golpistas catalanes y hacía oídos sordos a la corrupción que despedazaba a su partido. Pero a Sánchez y a Rivera los ha perdido y distanciado la ambición. El primero obtuvo lo que pretendía a costa de aliarse con los enemigos de la Constitución y volverá a hacerlo si no encuentra otra alternativa, mientras que el segundo abandonó su credencial socialdemócrata para, aprovechando el desplome del PP, alzarse con el liderazgo del centroderecha, objetivo que le han negado las urnas. Rivera ha podido poner a Sánchez contra la pared, desenmascararlo de nuevo llegado el caso, pero rechaza dialogar y desdecirse, quizás para no irritar a un electorado que antepone el veto al PSOE, y Sánchez maniobra en una doble partida, que puede resumirse en dos acciones muy polícromas: ofrecer a UPN el Gobierno de Navarra frente a los nacionalistas y abertzales y encargar a la Abogacía del Estado que satisfaga los oídos de los encausados del procés. Lástima. Se suceden las ocasiones perdidas.

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