Kiko Rivera aportó bastante gasolina a Mediaset durante los meses pasados a revueltas de su rebelión familiar y poner a su madre, Isabel Pantoja, en la picota sobre herencias, fincas y otros tejemanejes de la coplera que más o menos ya habíamos sospechado tras más de cuarenta años de portadas, galas e intrigas personales.

En un plano y temática diferente, pero en la misma línea de la estirpe estelar con un background de acontecimientos y secretos que siempre ha interesado a un público generalista curioso (o, directamente, cotilla), ahora resurge la historia de Rocío Carrasco. Hija a la sombra del talento materno, nunca pudo destacar en las oportunidades artísticas o periodísticas que se le brindó y que hace ya un cuarto de siglo copaba juvenil las revistas y programas del corazón por su terco matrimonio con una pareja de la que siempre pendió un carácter digamos que sobrado.

Como una bomba lanzada desde una cápsula en el tiempo Telecinco ha reservado un buen puñado de prime times a Rocío Carrasco, impacto desde un drama familiar que ha reverdecido por la contundente acusación de malos tratos que ya en otras ocasiones fue tratada en los juzgados. Pero ha sido tal la puesta en escena y tal la repercusión que el desgarro de la hija de la Jurado se ha llevado por delante los contratos de su ex (aunque su actual pareja, Olga Moreno va camino de Superviviventes) y ha encontrado una tumultuosa respuesta política.

La presencia de la ministra Irene Montero en Sálvame se entiende en un contexto de oportunismo mediático dado que no hay sentencia, ni siquiera causa abierta en estos momentos, contra Antonio David Flores, puesto contra las cuerdas frente a lo que aún puede verter Rocío en venideros domingos. A la solidaridad hacia la protagonista han acudido otras formaciones que, por ejemplo, cuando se produjo un evidente caso de abusos sexuales en Gran Hermano dieron la callada por respuesta. Mediaset rentabiliza sus filones y los políticos sólo hacen subirse al carro ganador.

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