Para un jugador cuyo campo no disponga de palco, vivir un partido en la grada es un suplicio, máxime si es en un pueblo por eso de que en la capital el interés por aquello que no sea fútbol profesional es prácticamente nulo. No sólo porque no pueda ayudar a sus compañeros, sino por lo que tiene que escuchar por sus colegas de asiento, insultando y dando lecciones tácticas a sus compañeros y entrenador. La pasada semana este periodista tuvo la oportunidad de disfrutar con el trabajo final del curso de entrenador nacional de un técnico que días antes, como cada jornada, había sido insultado por la afición rival, recibiendo consejos sin pedirlos por parte de catetos que se creen con una razón absoluta inexistente. Sería interesante, por cierto, que esos personajes fuesen vejados en sus puestos de trabajo simplemente por ejercer su función. Y no hay excusa porque lo de "esto es fútbol" ya cansa.

Multitud de lecciones también está recibiendo Rubi tanto en medios de comunicación como en redes sociales y calle. Cada individuo lleva su entrenador de fútbol dentro, aunque bien diferente es una simple opinión que transmitirla como si sólo existiese esa cual docto. Bien diferente también es argumentar por qué se considera que al Almería le vendría bien un cambio de entrenador y otra desprestigiar una labor sin conocer el 99'9% del trabajo que hay detrás. Esos que conocen exactamente las soluciones a los males en las diferentes líneas del conjunto rojiblanco ejemplifican que no hay ni mal ni bien que cien años dure, pasando de idolatrar a un jugador o entrenador a convertirlo en apenas unas semanas en el culpable de todos los problemas de su equipo. Quizás lo mejor que le pueda pasar al Almería sea que Rubi se vaya, que lo despidan o que el de Vilasar de Mar introduzca los cambios tácticos sugeridos (incluso impuestos) por aquellos que tienen la verdad absoluta.

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