Análisis

JORGE COLIPE

Rusia

El buen fútbol ya no es propiedad de nadie, sino un valor universal en los cinco continentes

Terminó el Mundial. Nada será igual después de esta edición 2018, una obviedad si tenemos en cuenta que el próximo será en Qatar, de noviembre a diciembre de 2022, al calorcito del desierto. Rusia será recordada por la sobriedad de su organización, cuando las sospechas iban todas en dirección contraria. El Mundial de Rusia será recordado por la revolución de los pequeños, de aquellos países que hasta este verano habían sido los convidados de piedra para que los poderosos se hicieran con el festín. La globalización ha indicado el inicio de una nueva era y un nuevo orden, y el buen fútbol ya no es propiedad de nadie, sino un valor universal. Lo practican en los cinco continentes aunque Europa continúe siendo el de mayor nivel y por tanto el objetivo de los grandes jugadores. Rusia ha visto el ocaso de los Messis y Ronaldos, los nublos de un Neymar que parece ocupado en otros menesteres y el nacimiento de un potrillo llamado Mbappé mientras galopa en busca de la portería contraria. Rusia convirtió a millones de personas en hinchas de Croacia, aunque pocos sepan ubicar esa camiseta-mantel en el mapamundi. También permitió descubrir a un tal Robert Martínez, técnico de la selección de Bélgica, un españolito silencioso de esos que no son profetas en su tierra. Mientras ello sucedía, a la vez, selecciones como España y Argentina exhibían su caos interno, que no podía acabar de otra manera que con un desastre externo, pese a contar con un buen puñado de nombres que militan en la élite planetaria. El Mundial jugado en el país de Putín puso en relieve el concepto de equipo demostrando que un jugador solo no puede contra la generosidad, la disciplina y la organización. Pasará a la historia como el campeonato más disputado, el más igualado y el más mestizo. Por supuesto el VAR marcará un antes y un después dotando de justicia a la legalidad deportiva. Ya nada es, como era entonces.

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