Análisis

fERNÁNDO COLLADO

Salud mental en tiempos de covid-19

La COVID-19 genera secuelas en cuerpo y mente. Tenemos que afrontarlas y sanarlas

Viajar en avión siempre genera más inquietudes que hacerlo en coche. Las estadísticas resultan abrumadoramente favorables para los desplazamientos aéreos pero, aunque los razonamientos a veces convencen, las emociones siempre vencen. El coche nos proporciona más seguridad porque conduciendo tenemos la sensación de control. Y es que el ser humano tolera francamente mal la incertidumbre. Y si de algo andamos sobrados, merced al COVID, es precisamente de eso, de dudas y falta de control. El coronavirus nos ha venido a recordar que hay muchas cosas que no están en nuestras manos. Nunca se sabe dónde está agazapado, nadie puede aventurar cómo evolucionaremos caso de contagiarnos. Ni siquiera sabemos si la vida como la conocíamos antes volverá en algún momento. Esta incertidumbre constante deja impronta en todos nosotros. Mareos, cefaleas o dificultad respiratoria nos ponen ante la disyuntiva de discernir si es que estamos agobiados o tenemos alguno de los síntomas del virus. Quienes ya sufrían un trastorno mental han visto agravado su cuadro psicopatológico en la mayor parte de los casos. Pacientes con diagnósticos de depresión o ansiedad sufren un empeoramiento a la par que la plaga deshoja los meses de un calendario agónico. El propio confinamiento ha tenido, como cualquier intervención preventiva o terapéutica, efectos secundarios. No son pocas las personas que han desarrollado fobia a salir a la calle o volver a sus trabajos. Y también constatamos casos de usuarios que han visto potenciada la tendencia a aislarse que su trastorno, por sí mismo, ya imponía. Pero además esta pandemia no gira solo alrededor de un eje psicobiológico. El componente social es inmenso. Nadie obvia que las consecuencias económicas derivarán en una fractura social aún mayor. La precariedad y pérdida de empleo generará, por sí mismos, psicopatología. Ya vivimos un aumento de suicidios y tentativas tras la crisis de 2007. Tememos que, a pesar de todas las medidas que hay en marcha, podamos padecer una situación similar. Pero no todo está perdido, ni mucho menos. Agoreros que anuncian el fin del mundo a campanadas siempre los ha habido y aquí seguimos. Tenemos, cada uno de nosotros, capacidad para hacer frente a la situación y herramientas que nos ayudarán en esta tarea. Decíamos al principio que el COVID viene a recordarnos que la incertidumbre es inherente a la mera existencia. Acaso la aceptación de esa realidad sea el primer escalón que superar. A la sazón nadie está exento de sufrir una desgracia, ajena al virus, en su vida cotidiana. Hacemos lo que podemos, prevenimos en la medida de lo posible y hasta ahí debemos llegar. Por otro lado permítase pedir ayuda. A su familia, a sus amigos o a su médico. Nadie puede con todo, la verdadera fuerza estriba en conocer nuestros límites.

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