La 50 edición del World Economic Forum en Davos, ha tenido como tema central: "Las partes interesadas en la empresa, para un mundo cohesionado y sostenible". No tenemos en español una palabra para "partes interesadas" o stakeholders, que incluye a trabajadores, proveedores, clientes y consumidores, además de los accionistas o shareholders, que son los primeros pero no los únicos con interés en que la empresa sea un proyecto estable, no especulativo, competitivo, que se desarrolle y sobreviva en el tiempo.

Hoy se da la extraña coincidencia de movimientos empresariales, sociales y políticos sobre la responsabilidad social y buen gobierno de la empresa, aunque con más visibilidad en las compañías que cotizan en bolsa, por la presión de los mercados financieros. Trabajos recientes como los de Bolton y Kacperczyk, Hsu y Tsou, o Alessi, Ossola y Panzica, encuentran cierta relación entre los mejores informes no financieros de las compañías y su mejor valoración en bolsa. He comprobado que anuncios de compromisos de responsabilidad social por compañías mejoran puntualmente su cotización, a pesar de que suponga temporalmente un detrimento de los resultados. En algunos casos tiene que ver con el medio ambiente como ocurre con Repsol o RWE, y otros con la política de mejora hacia sus empleados, como ha ocurrido con PayPal; en estos casos el coste es importante, pero las acciones suben.

En su intervención el presidente del Gobierno se ha centrado en las dos cuestiones claves de Davos: la equidad en la distribución de los resultados de la actividad económica, y el compromiso con la lucha frente el cambio climático; también se ha referido a la voluntad de su gobierno de coalición por mantener en lo fundamental el marco de funcionamiento de la economía. Esto último no creo que fuera necesario, porque cada uno decidirá si invierte o no, dónde y en qué, según factores que no siempre dependen de lo que haga un gobierno; de hecho nos aburriría poner ejemplos de inversiones desastrosas en lugares estables y empresarialmente propicios, y oportunidades magníficas que se dan donde esto no ocurre. Podemos hacer tres reflexiones sobre estos asuntos; una, el papel de los gobiernos y de las leyes para crear estabilidad y confianza económica mejorando las condiciones sociales y de empleo; otra, que las iniciativas en legislación medioambiental son necesarias; y una tercera, la peculiaridad de las compañías que, por razones diversas, pasan de los abstractos principios de las Naciones Unidas y los lejanos objetivos de medioambiente, a quienes tiene más cerca, sus stakeholders.

Hay, sin embargo, una diferencia cada vez más evidente entre compañías con capacidad para asumir estos movimientos, que aprovechan incluso para ganar en marca y competitividad; y las empresas, generalmente más pequeñas, que no pueden. Una media vuelta de tuerca al discurso sobre la equidad, la continuidad de la empresa en el largo plazo, y hacer frente al monstruo del cambio climático, requiere por parte de un gobierno desarrollar, junto a sus principios políticos, políticas muy finas que eviten que sean demasiadas las empresas caídas en el camino de esta nueva transición.

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