Imposible no esbozar una sonrisa, aunque sea leve, cuando rememoras el nombre de jugadores como el del protagonista de hoy en esta humilde tribuna. Pablo Daniel Piatti (Ucacha, Argentina, 1989) llenó de vida e ilusión, incluso en tiempos aciagos, el sentimiento hasta del almeriensista. Llegó en el verano 2008, en medio del crash financiero global, aunque tenía un precontrato firmado desde febrero. Piatti se hizo de rogar. Estudiantes de La Plata fue un hueso en la negociación. Pero Alfonso García, duro e insaciable negociador (¡qué tiempos aquellos!), fue un tormento tanto para el club argentino como para Piatti, quien admite que García "no dejaba de llamarlo". A Piatti, como a otros tantos jugadores, le costó adaptarse. Su primera temporada no fue fácil para él (aun así, dejó cinco tantos en su casillero). Pero, como otros no tantos jugadores, se le veía algo especial. Sobre el campo era alegre, en contraposición a su aparente introversión fuera de él, eléctrico, atrevido… y con calidad para parar un tren. Cuando Piatti agachaba la cabeza, te echabas a temblar. Además, El Duende tenía algo que le hacía (o, al menos, me hacía) pensar que era letal. Y es que era un jugador que siempre estaba ahí, al quite cuando de un rechace se trataba (su primer gol con la rojiblanca), un balón en la frontal (aquel golazo al Atleti en el Mediterráneo en 2009) o la necesidad de que alguien la empujara (contra el Villarreal en aquella famosa exhibición de Negredo). Acabó siendo leyenda. Disfruté infinitamente, a pesar de mi profunda mocedad, de Piatti. Como todos. Hace un par de días, volvió al Mediterráneo, vistiendo la casaca del Elche. Piatti marcó el empate. Su primer gol con los alicantinos. Suponía un empate que se acabaría transformando en derrota. Su gesto de perdón y compasión dejaba entrever que le dolió tanto como a nosotros. Pero a mí solo me salía aplaudir y corear su nombre. Sarna con gusto no pica, supongo.

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