La Segunda División, larga y difícil como una semana sin pan, es una categoría que se juega de verano a verano, sol tras sol, y por tierra, mar y aire, como si fuera un miembro de estos tres ejércitos. No es un coser y cantar. La UDA puede dar fe. Los rojiblancos fueron un coro de voces armónico en las seis primeras jornadas. Rozaron la perfección con cinco triunfos y un empate. Pero el saldo de 4 puntos de 18 posibles de las seis últimas ha demostrado que la felicidad nunca es eterna. Mientras dura, vida y dulzura. A lo que parece, los de Pedro Emanuel han caído víctimas del conocido 'Síndrome de Penélope', aquel personaje mitológico, esposa del héroe Ulises, quien de noche destejía lo que había tejido de día mientras esperaba el retorno de su esposo. La depresión, con todo, es de resultados y no tanto de juego, a mi juicio. El gol llega tras el juego, pero no siempre es así. En ocasiones, se marca y después se juega. A los rojiblancos les ha ocurrido algo de eso: les ha abandonado la pegada. Escribieron tratados de efectividad contra Huesca, Málaga, Las Palmas o Girona, con goles en su primer intento y entre los 20 primeros minutos, y después exhibieron fortaleza y orden. El guión ha sido otro distinto cuando se han unido errores en el área propia a la falta de acierto en la del rival. Un repaso nos recuerda el remate al poste de Juan Muñoz en Riazor, el mano a mano fallido por José Corpas contra el Lugo y el clamoroso error, a puerta vacía, de Vada contra el Alcorcón, con empate en el luminoso en los tres casos. Es fútbol, para mal o para bien. Ya se sabe que el tono de toda frase que se inicie con el condicional "si llegamos a meter aquella" siempre suena a algo negativo. En fútbol, la historia es para los historiadores, se vive de lo que se suma, y el hubiera o hubiese no existe.

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