Análisis

rogelio rodríguez

Sosa cáustica en las heridas del sistema

PSOE, PP y Ciudadanos aún pueden corregir el rumbo, pero no con estos mimbres

El pueblo confinado tolera y arguye las mordazas de un Gobierno que busca impotente socializar su fracaso. Dice el socialista Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura, que "esta crisis se llevará por delante a la clase política al completo". Es forense y sabe que las negligencias y los agravios aumentan su fatalidad cuando se digieren con lentitud. La pandemia ha recluido al pueblo en el miedo y la resignación, pero no en la ingenuidad. En el subconsciente colectivo bullen los versos de Rabindranath Tagore: "La muerte canta noche y día su canción sin fin". Van casi 23.000 muertos y más que habremos de enterrar. Las víctimas contagian un sentimiento visceral de castigo y ya ponen nombres en los puñales del virus. El Covid-19 atacó a todos por sorpresa, pero su destrucción es muy superior allí donde los gestores del bien público estaban dormidos o exultantes de soberbia en sus braseros ideológicos. La defensa comenzó tarde y mal y su exculpación sólo desvela irresponsabilidad y propaganda, disfraz político de la ineficacia. El diagnóstico veraz lo escriben esa desolada legión de gladiadores sanitarios, cuyo drama acaba de llegar a los tribunales.

Entramos en la tercera prórroga del estado de alarma con igual o mayor inseguridad que en la primera, pero más curtidos en la desesperanza y menos asequibles al engaño. Los cien días del Gobierno de coalición pactado por Pedro Sánchez, líder plenipotenciario de un macilento PSOE, y Pablo Iglesias, jefe autocrático del peculiar comunismo que representa Podemos, arroja un alarmante saldo de revanchismo histórico, de iniciativas que cercenan la cohesión territorial, de menosprecio a los órganos judiciales y de postergación a la Jefatura del Estado. Un repertorio de escarnios, más o menos travestidos que, si antes de la pandemia ya advertían sobre una legislatura plena de convulsiones, ahora minan los tuétanos del sistema con supuestos lapsus que son censura, con manipulación institucional y con evidentes muestras de ineptitud que incrementan la inestabilidad y el desafecto de la ciudadanía hacia sus dirigentes políticos.

La crisis del coronavirus ha desarbolado a un Gobierno carcomido de contradicciones y Pedro Sánchez, sabedor de su impotencia y de su creciente soledad, ha optado por atrincherarse y mostrar bandera blanca a una oposición también dividida y, en señalados aspectos, no menos incoherente. La fraudulenta reedición de los Pactos de la Moncloa ha derivado, forzada por el PP, en una comisión parlamentaria que deberá concretar fórmulas solidarias y eficaces para la reconstrucción de un país asolado por la catástrofe epidémica. Y decía Konrad Adenauer que cuando los políticos no tienen la capacidad de gobernar crean comisiones. Una mesa que abordará medidas trascendentales, muchas de ellas de muy difícil consenso incluso entre grupos afines, pero en la que, con harta probabilidad, unos y otros tratarán de cerrar heridas con sosa cáustica, y en la que bajo el pretencioso epígrafe de "unidad y trabajo" ocuparán asiento los que actúan piqueta en mano contra la Constitución. PSOE, PP y Ciudadanos aún pueden corregir el rumbo, pero no con estos mimbres.

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