Qué sería de nosotros sin ella. Camino de los 40, la televisión me ha acompañado desde que recuerdo. En casa teníamos varias, de todos los tamaños y colores -la más antigua, en blanco y negro, ideal para ver Heidi-. Salías un domingo con la familia a comer por ahí y siempre había una tele en el restaurante para ponerte Los caballeros del Zodiaco. O, ya más adolescente, la etapa o el partido de turno. Llegó el vídeo y podías poner a grabar algo que te ibas a perder pero el riesgo siempre estaba ahí. Que lo del spoiler no se inventó en Twitter, millennials.

En esa red social, acabo de leer uno de esos hilos nostálgicos que me hacen no haberla dejado del todo. El amigo Raúl Piñeiro recordaba aquel fatídico 22 de junio de 2002, cuando volvimos a caer en Cuartos. Aquel robo coreano él lo vio a malas penas en la televisión del Bar Romera mientras hacía un examen que yo evitaba al irme de Erasmus.

Aquella mañana de sábado, ahí estaba yo en mi casa de Bologna junto a un montón de gente reunida en torno al pequeño televisor donde vi pelis y series que quizá no hubiera visto en España. Aquí hubiera estado, como todo el mundo, pendiente de OT -hasta finales de 2001 que volví a casa por Navidad no supe quiénes eran Bisbal o Bustamante-.

Si dura el confinamiento, no será de extrañar que repongan aquel concurso, ya que tuvieron que dejar a medias el de este año. Sin ir más lejos, vi que ha vuelto Cañas y Barro a TVE. Por no hablar de Teledeporte, que cada día se supera con retransmisiones de otras épocas para hacernos pasar la cuarentena como cuando los adultos de ahora éramos niños soñadores, con más sueño que siete viejas, pero que nos resistíamos a dormir cada vez que nuestra madre nos acostaba y el Buitre le metía otro a Dinamarca en México 86.

Matías Prats sigue en forma. Por no hablar de Jordi Hurtado. Dentro de unos años, será buena señal, recordaremos con una mezcla de alivio y nostalgia -tan efectiva como el melón con jamón- dónde estuvimos y qué vimos por la tele en 2020.