Existen periodistas buenos. Muy buenos. Formados, contrastan la información, investigan y realizan un producto muy bueno. Su profesionalidad es una de las mejores noticias en un oficio en horas bajas por la precariedad y el instrusismo, criticado siempre porque ya saben que la culpa siempre es del árbitro, policía, entrenador o maestro. No es intención del que suscribe echar piedras contra su propio tejado, como hacen aquellos que defienden, por ejemplo, el intrusismo y arremeten contra sus propios compañeros sin ningún sentido. Sin embargo, hay una especie que deja la profesión a la altura del betún: los ultras en los medios de comunicación. En la mayoría de los casos, son pseudoperiodistas enchufados por el amiguete o papá de turno.

Hablaba Unai Emery que el éxito de un equipo radicaba en la firmeza de las cuatro patas: jugadores, cuerpo técnico, afición y prensa. Más bien habría que cambiar a la última por directivos y demás trabajadores del club porque a excepción de los miembros del gabinete de comunicación de un club, el sueldo del resto de periodistas proceden de otras empresas. En el momento en el que uno se cuelga la acreditación, debería quitarse la bufanda, por mucho que el deseo es que venza el equipo al que se cubre. Se trata de un mal endémico, ya que ocurre en numerosos recintos deportivos de diferentes provincias. A estos ultras no les da ninguna vergüenza gritar con una euforia desmedida los goles o tantos de un determinado equipo (se excluyen los comentaristas de radio) o incluso proferir insultos al colegiado en la propia zona de prensa. Posteriormente en la sala de conferencias piden turno, cogen el micrófono y sueltan su larga opinión que a nadie importa en ese momento. A veces ni preguntan al verdadero protagonista, el entrenador, y en caso afirmativo, lo hacen en primera persona del singular. Como verdaderos ultras.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios