La justa admiración, tributaria del asombro, por la eficaz respuesta científica de las farmacéuticas ante el enorme reto pandémico del covid, no está exenta de ciertas perplejidades asociadas, y tan fluctuantes como la luz y sus sombras, al hecho his-tórico. Porque hay que felicitarse, cómo no, por el gran potencial de esa red mun-dial de investigación, capaz de acelerar el logro de vacunas, honrando al legendario homo faber que, en modo druida, como Panoramix, arrancaba sus secretos a la na-turaleza, para hacer la pócima que vigorizara a su pueblo. O al modo de aquellos otros sabios bíblicos capaces «de señalar su peso al viento, definir la medida de las aguas e imponer su ruta al relámpago y al trueno» (Job 28).

Y, sin embargo, detrás de tanta sabiduría asoma a la vez ese otro sino innato, y tan humano, ges-tante de intrigas avarientas que complican poder justificar la diferencia de precio con que se anuncian las primeras vacunas. Pues si la de Oxford y AstraZeneca, pa-rece que costará solo 3 €, la de Moderna rondará los 21, o la Pfizer no menos de 15 €. Y esto cuando aún no han probado su eficacia real ante quienes deban autorizar su mercadeo y solo cuentan con la clamorosa campaña mediática ante un público entregado y sediento de remedios. Una precipitación poco usual en ciencia, con la que publicitaron su inminente llegada, primero la Pzifer, luego la Moderna, y que al día siguiente, algún directivo, aprovechara el tirón bursátil y vendiera sus accio-nes, ganándose algunos milloncejos. Algo extraño, aunque no nuevo.

El hecho me recordó el resabio de aquel banquero neoyorkino del S. XIX que ante la oferta de un pillastre de dar pingües intereses a quien le depositara dinero (en clara estafa pi-ramidal) alardeando de invertirlo en un gran negocio de divisas, el experto en banca objetó: “si su negocio fuera tan bueno, él invertiría su propio dinero y no el ajeno”. Una perogrullada que hoy recobra sentido ante tanto CEO avispado, atento al aquí te pillo aquí te mato, pero que genera un recelo lógico de que si él no lo ve claro: ¿será de puro listo o por necio? Y es que si su vacuna es tan fetén, mañana sus acciones subirían más. Pero si al cabo septuplica el precio de la de Oxford y además presenta pegas de almacenaje que la competencia no tiene, puede que a la postre valga menos, ¿no? Son, en fin, como sombritas que fluctúan, tozudas, entre las luces que a veces nos deslumbran.

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