Análisis

Tacho Rufino

Valor, precio y Mbappé

Los conceptos de valor y precio raramente coinciden: la utilidad tangible o intangible de un bien no son los billetes pagadosAsistimos atónitos -o anestesiados- a las cifras que mueve el futbolista francés

La pasión por la rima da lugar a ciertas exageraciones y sesgos en los dichos habituales. En la época en que los estudiantes de Económicas no sólo obtenían empleo muy rápido al acabar los cinco años de carrera, sino que se trataba de empleos promisorios profesional y retributivamente, se decía mucho aquello de "el que vale, vale, y el que no, pa empresariales". Hay otro refrán que también va al rebufo del soniquete poético: "Sólo el necio confunde valor y precio". El precio es una cantidad de dinero, un número de unidades monetarias que el consumidor (cliente, usuario, paciente, estudiante) paga. Mientras que el valor es algo mucho más sutil como es la utilidad que ese producto o servicio tiene para quien lo adquiere a cambio de equis pesetas. Este esquema conceptual se contamina en bienes intervenidos o sometidos a extrañas fórmulas en un régimen oligopolístico -ojú el de la luz-, cuyo montante en factura es ajeno a la divina y romántica ley de la oferta y la demanda: el usuario apoquina -sí o sí- el montante que se le pide por un billete de autobús o un kilovatio, sin que la utilidad que le reporte deje de ser la misma que cuando pagaba, un poner, la mitad.

Pero valor y precio se confunden en la práctica en un mercado en el que el demandante es libre de demandar o no, como puede ser la compra de una camisa que a uno le ha entrado por los ojos, de un chalé en la playa en agosto o de la reforma de la pechera de una. Aquí le damos al precio un valor que identificamos con la cantidad de euros o dólares que pagamos. Y llamar tonto o memo a quien confunde utilidad -su utilidad o satisfacción- con precio es en sí mismo también bastante necio. Allá cada uno. Otra cosa es que el valor de uso de un bien sea alto para una persona y que, sin embargo, su valor de cambio sea menor, o nulo. Eso es inocuo si se trata de un capricho, pero es irracional y desatinado si hablamos de una inversión. Recuerden aquel fraude -timo- de las llamadas "preferentes" en los 90: su valor de uso parecía no sólo bueno, sino mayor que lo metido, o sea, rentable. Pero su valor de cambio resultó cero: el supuesto mercado secundario que te prometía tu banco o caja no existía en la práctica.

Es larga la carrera en el debate y afinamiento del concepto de valor en la economía: Aristóteles, San Agustín, los escolásticos, Francisco de Vitoria, Turgot, Locke, Adam Smith, David Ricardo o Karl Marx hollaron los territorios teóricos del valor. Quizá ninguno de ellos podía imaginar que un club de un juego, deporte y espectáculo llamado fútbol trataría, en los siglos XX y XXI al valor y al precio de una forma desquiciada. O sea, con tamaña irracionalidad, al menos aparente. Un jugador de futbol es un producto, un producto financiero, una inversión. Una persona con orejas, piernas y tatuajes de la que se espera obtener un rendimiento mayor de lo que se ha pagado -el precio- por ella. Esta semana parece que ha quedado ultimado el fichaje del francés Kylian Mbappé por parte del Real Madrid. La morterada para el futbolista, el PSG -vendedor- y los trincantes periféricos sobrepasa los 200 millones de euros, y lo que te rondaré, moreno: las percepciones anuales del muchacho -las desconozco, y ni indago- serán galácticas, de decenas de millones de euros anuales. Los rendimientos serán tangibles, no sabemos si suficientes: victorias de ligas y Champions que dan dineros poderosos, venta de camisetas, entradas, abonos, giras. E intangibles: poder y visibilidad global del club, chute en vena para la soberbia de los dirigentes, sentimiento de grandeza del hincha. Pero es probable que sea de necio confundir el precio aparentemente exorbitado de Mbappé y su valor, su utilidad deportiva -ya decimos que hay otras-, en estos tiempos inciertos para los espectáculos masivos

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