Análisis

Tacho Rufino

Voces que son coces

Internet da pábulo y púlpito a todo aquel que quiera poner su huevo de odio sin mayor valor ni riesgoLa de los 'odiadores' es otra pandemia, sin vacuna, que fluye maloliente en las redes

Se arriesga uno a resultar cansado al comentar la desinhibición que se produce en las "conversaciones" y "debates" de las redes sociales, en particular las que se dan entre desconocidos: dardos biliosos, odios amarillos, insultos que la mayoría de los haters emboscados en un sobrenombre no lanzarían cara a cara. Momentos de (dudosa) gloria y belicosidad, repletos de ironías malvadas de mayor o menor calidad argumental, en los llamados hilos; bravatas no poco cobardicas de castigadores en pijama frente a una pantalla, soldadesca política alineada en sus tirrias, hinchas futboleros que todo lo saben y nada dudan, sobre todo no dudan quién es su enemigo. Risotadas -jajajaja- que pretenden descalificar con ningún humor ni risa verdadera, supuraciones de mala leche atrincherada, ajustes de cuentas de poca talla y ninguna elegancia. Ya todos convivimos con la costumbre del insulto en internet, como si eso fuera norma: que, en el fondo, lo es, si lo normal es lo habitual, lo que hacen tantos; tristemente, demasiados. Pugilismo indoloro, sin cejas abiertas ni hígados que se estremecen.

Otros foros, redes sociales donde la gente se concita con su nombre y su número de teléfono, como los grupos de WhatsApp, invitan a bosquejar una tipología de actitudes y perfiles que al menos no responden a la condición de francotirador: quien opina o se confronta lo hace bien identificado. Hay un tipo que, calentito, se despacha a modo al llegar a casa, dando leña al mono de goma de turno, quizá ganando enemistades eternas: es el venado que embiste con cuernos de smartphone. Hay otra categoría que agrupa a quienes lanzan sus mensajes políticos -es un decir- como quien regüelda sin recato ante los demás, aunque -sólo faltaba- sin efluvios físicos; como si quienes reciben sus memes y descalificaciones sobre Sánchez, Irene, Casado o Abascal fueran de su misma cuerda, en una actitud que causa pasmo: un proselitismo autocomplaciente y, cabe reiterar, abusivo, ¿quién te ha pedido opinión radical e improperios de buena mañana, contacto mío, sobre todo si carecen de razonamiento y van largos de tripas? Documentadísimos -enterados, Da Vincis de plástico- que no dan lugar a nada interesante. La modalidad de promotores de propias aficiones es la más entrañable, aunque lo dicho: todo cansa, sobre todo si tiene pies de barro. Todos escribiendo D.E.P ante una muerte que nos es ajena, felicitadores natos de onomásticas y cumpleaños de gente que les es desconocida. Hay, en fin, una especie de correligionario de grupo de WhatsApp o red similar que traslada chistes, a veces realmente graciosos, quizá vampirizando un humor que no es suyo: esta clase es la que merece mayor aprecio, aunque el ingenio también está devaluado por la inflación y el atiborramiento. No tiremos la primera piedra, eso también.

No debe uno caer en la resistencia numantina ante la avalancha de trivialidad, ante el "aquí estoy yo, ahí va ese misil". Pero sí solicitar indulgencia en las tertulias de pantalla en las que casi todos nos vemos, y sugerir un poco de contención ante las filias y fobias privadas, tan intrusivas en demasiadas ocasiones. Internet nos ha dado palanca gratis para decir con letras lo que nunca diríamos con palabras dichas frente a frente. Para reaccionar de inmediato ante cualquier acontecimiento sin mayor riesgo y con mayor dogmatismo. Para soltar voces que son coces. Dando la cara en la mejor de los casos. Quien dice lo que quiere debe asumir algún riesgo, o sus proclamas -propias o reenviadas- suelen ser desagües de miasmas y frustraciones. Apreciemos, pues, a quienes declaran su radicalidad o militancia con el pecho al aire, y -¡oh, albricias!- con fundamento y verdadera valentía. La cual exige valor, o sea, algo que decir, y que se es capaz de defender.

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