Análisis

José Ignacio Rufino

El alfarero presupuestario

La previsión de entradas y salidas en los dineros públicos son objeto de intercambio de estampitas partidistasLos presupuestos públicos suelen pecar de mucha ideología y poco realismo

Para el personal de operaciones e incluso para la alta dirección, la administración y la contabilidad suelen ser "males necesarios". En esa línea, mi tío Salvador, muy de pisar asfalto aún tibio y menos de estar en la oficina, solía decir que "el despiporre del contable es el cuadre". En el fondo, el cuadre -de las cuentas- tiene mucho de maleable y de alfarería, aunque pudiera parecer que es algo mecánico y pura aritmética de la llamada partida doble. Cualquier cierre de cuentas está sometido a no poca discrecionalidad, y de ahí el divertido término contabilidad creativa, que, con los pies más allá o más acá de la delgada línea de lo admisible, pretende minorar los impuestos u ofrecer una imagen patrimonial conveniente para socios y accionistas, entidades financieras e incluso la prensa. ¿Que para eso están los auditores? Pues sí… Otro ejercicio de despiporre en un estado financiero es el de los presupuestos. A eso ya hay que echarle un galgo en no pocas ocasiones.

Un presupuesto es un punto dentro de un triángulo cuyos vértices son el deseo, la realidad y el reto: los ingresos y los gastos que deseamos para el próximo ejercicio, la dosis de realismo o filfa que le echemos, los objetivos nuevos que nos marquemos. También puede haber un poco de pimienta de eso que llaman tecnocracia (el gobierno de los que dirigen con su propio beneficio como objetivo principal, por encima del de la compañía que les paga): el picante artificial es proponer unas cifras que les pudieran convenir a sus retribuciones variables, que dependen de la consecución del presupuesto, precisamente. En los presupuestos públicos, el grado de wishful thinking (pensamiento desiderativo o ilusorio) es en general mayor que el de los de las empresas. Suelen estar preñados de apariencia de ideología: mira qué liberales son mis presupuestos; mira qué sociales los míos. Muchas veces, de venta de burra electoral. Déjenme simplificar un poco: cuando vaya siendo necesario, se reclasificarán partidas, se harán decretos poco visibles ni comprensibles para el gran público, se verá que los ingresos esperados eran del todo, eso, ilusorios. Menos mal que nuestro gran acreedor, Europa y sus banqueros, nos vigila con el techo de gasto y el límite de déficit, dicho sea de paso. Porque cretinos políticos con ciego afán de poder -suyo o de su partido- los hay en todos sitios, y para estos perfiles un presupuesto sólo es un arma política. Y no de gestión también.

Los Presupuestos Generales del Estado con los que andamos a vueltas de trajín político e intercambio de estampitas de barajas diversas son un claro ejemplo de cómo la política y el chute de poder se sobreponen a los intereses económicos y sociales del país. Siempre ha sido así; pero ahora, más: alrededor del tapete presupuestario, los jugadores son más que antes, y sus pelajes son de una diversidad inédita. Hay hasta tahúres de leyenda, y huelga señalarlos, para qué. También podemos hacer una mención presupuestaria a los proyectos del nuevo gobierno de la Junta, que afectarán de lleno a los próximos presupuestos de Andalucía. No ya por el desiderátum que reza así: "Reducir los impuestos y dejar el dinero en manos de la gente estimula el consumo y genera ingresos fiscales menos opresivos y más sanos". Sino asimismo, por ejemplo, por la eliminación del impuesto de Sucesiones, asunto en el que intuitivamente cabe poca duda: es imposición doble (piense en sus hijos, ¿para quién ahorra usted? ¿O es que nadie ahorró por usted o no tiene hijos, y que contribuyan otros es fenomenal?). Andalucía recauda alrededor de 350 millones anuales por este concepto (incluye Donaciones). La duda viene por la parte de los ingresos: ¿qué gallinas entrarán por estas que van saliendo? (copyright: José Mota).

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