Unode los primeros recuerdos que tengo del mundo del tenis es la época de Pete Sampras y Andre Agassi. Una de esas rivalidades históricas que las casualidades de la vida le regalan de vez en cuando al deporte. Dos estilos contrapuestos, dos personalidades completamente diferentes. El caballero y el rebelde. Más lejos me queda ya otra como la que tuvieron Borg y McEnroe unos cuantos años antes. Es más, McEnroe todavía, pero es que del sueco ni había oído hablar. Se dio el mismo patrón. El campeón frío y correcto y el aspirante rebelde y caótico. Fue gracias a la película que en un alarde de originalidad titularon Borg McEnroe, que narra la histórica final de Wimbledon de 1980, que me enteré de los más y los menos que tuvieron estos otros dos grandes del tenis y que dicen que cambiaron la historia de este deporte.

Por eso creo que no estamos siendo realmente conscientes de lo que vivimos hoy en día, que es la rivalidad entre no dos grandes campeones, sino tres: Federer, Nadal y Djokovic. Habiendo coincidido en el tiempo sus carreras durante tantos años, es una locura que cada uno de ellos tenga en su palmarés un número de Grand Slam que está a años luz de cualquiera de los otros tenistas que también son leyendas de este deporte.

Este es un año atípico, y para el tenis no ha sido menos. Es la primera vez en dieciséis años que ninguno de los tres sigue adelante en cuartos de final de un Grand Slam. Novak se ha quedado fuera tras haber sido descalificado por darle un pelotazo a una jueza de línea. Aunque se ve claramente que fue sin intención, las normas son las normas. El sueco es la nota discordante de esta triada, frente a la corrección de Nadal y no digamos ya la elegancia de Federer. Novak les va a acabar superando seguramente, y aunque el coronavirus ha frenado esta batalla a tres bandas, espero que al menos podamos disfrutarla un par de años más.