Han sido varias las cosas que han hecho muy bien los Turki's boys desde que llegaron a Almería, aparte de rescatar e impulsar los sueños de una afición que transitaba por un gran desierto de incentivos en la última fase del mandato de Alfonso García. Pese a que el arranque pareció ser de caballo de carreras ganador del Gran National, y por el momento el proyecto no ha terminado de conseguir su primer e ineludible objetivo (el ascenso a Primera División), en estos tres años se ha conseguido comenzar a tejer una red por debajo del primer equipo que puede dar muchas alegrías en un futuro cercano y, ojalá, servir para lo que tiene que servir una cantera de un club exitoso: suministrar buenos futbolistas, con peso y responsabilidad, a su primer equipo, por un lado; y generar potencial de futuras ventas rentables por otro. Al final, una cosa es tan importante como la otra, pese a que siempre duela que perlas jóvenes criadas en casa se vayan a proyectos más poderosos. En este caso, pocos son los aficionados tan románticos como para rechazar una de esas millonarias e hipotéticas ventas que tanto bien pueden hacer para las finanzas de tu club.

El trabajo de toda dirección deportiva, en lo referente a los equipos de cantera, rara vez sale en los medios, y seguramente la mayoría de los aficionados ni siquiera reconocerían a los que se encargan de rastrear el mercado, negociar y fichar a jugadores que, pese a que son desconocidos por el gran público cuando aterrizan, después demuestran todo lo que pueden dar de sí. Seguramente el caso más paradigmático de este ejercicio sea el del guineano Marciano, autor de seis goles y unas cuantas asistencias en apenas dos meses con el filial. O el barcelonés Gilbert, máximo goleador no solo de su equipo, sino de todo su grupo de la Tercera RFEF. En general, todo el Almería B está plagado de talento, como sucede con el juvenil de División de Honor, que está demostrando estar a la altura de los mejores de España. Haya ascenso o no a Primera, la base viene fuerte. Y eso es muy bueno.