Lo del carril bici en Almería da para escribir líneas y más líneas, desde cuándo se construyó gran parte del mismo (antes de las elecciones) o del mal uso que se hace sobre él. También del premio que habría ver entregar a quienes diseñaron el del puente de la Avenida Mediterráneo recientemente, quizás familia de Manolo Jumilla o de Benito Lopera, ese de dos sentidos en el que no caben otras tantas bicicletas de niño. El tramo que también es bochornoso es desde el comienzo del Paseo Marítimo hacia la Universidad de Almería, esa de excelencia mundial. Los primeros kilómetros transcurren por el mismo cemento que el de los peatones, limitándose el consistorio de la capital simplemente a pintar el suelo. No es lo mismo salir del paso que hacer las cosas bien.

Al pasar a la altura del Auditorio Maestro Padilla el piso mejora ostensiblemente, incluso los últimos metros, los construidos tras la ampliación del Paseo Marítimo, son un ejemplo de lo que debería ser un carril bici. Después hay que ir por un camino simplemente señalizado con unas líneas amarillas en el suelo, que parecen indicar que hay obras (hicieron alrededor de un kilómetro nuevo más abajo que ha durado dos días), aunque las últimas llevan sin ejecutarse más de un año. Sin unas buenas cubiertas, la bicicleta es carne de pinchazo. Al bajar el puente que cruza el río Andarax llega lo mejor, con un carril bici propio de una ciudad tercermundista, con rajas y más rajas hasta al llegar a la universidad y con matorrales y más matorrales metiéndose dentro del carril e imposibilitando la circulación de una bicicleta por cada sentido. Desde esta columna les invito a las autoridades del Ayuntamiento de Almería y de la Diputación Provincial a darse un paseo por el mismo. Por ahí y no en sus lujosos coches quizás lleguen a la conclusión de que hay que hacer algo por ese carril que luce sin pudor un sello de distinción europea.

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