De tanto en tanto aparece en la liga española un jugador, que suele ser de origen brasileño, y que tiene la capacidad de molestar y poner de acuerdo a los componentes de los otros equipos por su comportamiento dentro de un campo de fútbol. El patadón de Gabriel Paulista a Vinicius en el encuentro entre el Real Madrid y el Valencia la semana pasada volvió a traer el debate de lo reglamentario, de lo que debiera ser y de lo que se interpreta que es. Vinicius se ha convertido en el foco de la ira, la frustración e impotencia de los rivales y sobre él hacen tronar el escarmiento, como diría el General Perón. Lo fue Neymar durante su paso por la liga y lo sigue siendo en Francia. Ahora es el joven delantero blanco quien levanta ampollas allí por donde va. La gente le grita, le abuchea y unos trogloditas, con perdón de nuestros antepasados, cuelgan un muñeco desde el puente de acceso a la ciudad de Madrid, donde se lee que Madrid odia al Real.

En el fútbol, como en la real realidad, hay eso que la gente llama códigos. Hay cosas que no están escritas ni en el reglamento ni en el código penal, pero si alguien las lleva a cabo, suelen tener algún castigo, aunque, claro está, sea producto de una educación donde lo que se entiende por ejemplo por honor, se vea vulnerado. Si uno va por la calle con su novia, novio o novie, y otra, otro u otre se atreve a mirarle, solo ese gesto podría desencadenar una discusión. Si te mentan a tu madre, pasa algo parecido y si lo hacen con tu hermana, más de lo mismo. El honor y lo varonil, van de la mano en una sociedad que acertadamente trata de cambiar esas conductas. Pero lo cierto es que persisten y entonces los intolerantes comienzan a dirimir las diferencias a patadas. En el partido de ayer en Mallorca, Vinicius a los tres minutos ya estaba liado con los defensas baleares. Porque el brasileño también pone de su parte para que el fuego siga ardiendo. Y aunque le atienda la razón, en el campo de lo irracional, como es un estadio de fútbol, va a continuar recibiendo golpes. No está bien, pero seguirá pasando, por más que Vini deje de bailar, de levantar a la tribuna, de besarse el escudo o de reírse de los contrarios.

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