Se consumó otro esperpento. Un nuevo ridículo. El enésimo varapalo. Porque, tras tres semanas preparando el partido más importante del año, el Almería volvió a decepcionar. Por mucho que la web oficial del club, con una crónica irrisoria que pareciera dirigida a un público infantil, quisiera vender que el choque fue igualado y desgraciado para los andaluces, lo cierto es que la carta de presentación de José Gomes fue infame. Inaceptable.

Los almerienses se plantaron en Girona como ese equipo pequeño que debe minimizar las opciones de un poderoso rival. Como el acomplejado conjunto amateur que se mide a un grande en Copa. Sin seguridad ni confianza, los rojiblancos plantaron una temerosa línea de cinco defensas flanqueada por un doble pivote conservador, con Darwin y Lazo vendidos a su suerte y con un planteamiento contradictorio en el que se intentaba sacar el balón desde atrás al mismo tiempo que no se arriesgaba en los pases. Porque, pese a las numerosas bajas (de las que el club ni se molestó en informar), se pudo hacer más. O, al menos, se pudo querer hacer más.

Lo que más chirría, pese a todo, es la ausencia de valentía con todo a favor para tenerla. Este nuevo fútbol en el que no existe el factor ambiental pero mantiene el valor doble de los goles fuera de casa invita a apretar al visitante. Sin público que condicione la balanza ni que lleve en volandas a sus futbolistas, jugar lejos de tu estadio o en tu feudo es anecdótico. Si te dan una ventaja por ser el forastero, debes aprovecharla al máximo. Buscar portería. Demostrar que eres consciente de que tu gol vale más que el de tu rival. Insuflar miedo. La UDA ni siquiera se lo planteó.

El contexto ahora es desalentador, con un Almería que mañana deberá arriesgar para buscar el 1-0, quedando desprotegido atrás ante la amenaza que supondría un tanto del Girona. Quizás José Gomes debía haber pensado en esto antes de renunciar a todo en la contienda de ida. La cobardía nunca suele ser agradecida.