Me sigue gustando el fútbol y lo seguirá haciendo pero no como antes. Los domingos por la tarde dejó de ser la mayor de mis aficiones. Será ley de vida o la edad, como cuando dejaban de gustarte los dibujos. Tampoco ayuda ser de la Real desde chiquitito y no haber olido un partido de primer nivel hasta que viniera el Barça a Almería a echar una pachanga contra el Blackburn. Volverían los azulgrana para jugar aquel partido de Copa contra el Poli Almería y ahí estaría yo para ver al tupé de Figo sufriendo por el vendaval y los encontronazos con rivales. El otro Poli, Ejido, también me acogió una vez en Santo Domingo: siendo ya abonado de la UDA, en aquella ocasión para ver a la Real, bajo otro de esos huracanes para el recuerdo. Empiezo a no poder con las eternas guerras. A veces hace gracia, desde la barrera, esa lucha entre culés y madridistas. Pero cuando se eternizan y se reducen a polémicas arbitrales, yo me bajo. PSG ni Juventus posiblemente tengan tantos motivos de queja o argumentos peregrinos como esos aficionados de uno u otro, que siguen también comparando entre CR7 y Messi. No puedo refugiarme tampoco en el ciclismo, que pasó a ser mi deporte de referencia, de salón y de práctica -menos de la que me gustaría-. La sombra del dopaje ha hecho mucho daño. A los aficionados no se nos olvida pero con reservas y desconfías de la limpieza de tus ídolos, nada es igual que con Perico o Induráin, por mucho que haya disfrutado y con Contador y Valverde. Y ya me dirán lo que invita la UDA estos años a engancharse. Nos sostienen las paradas de René o los chispazos de Pozo y Rubén Alcaraz. No sé hasta qué punto me afectaría que unos chinos vengan a campear aquí o que, sin ir más lejos, no se le gane al Albacete y alguno de los que esté en los flamantes banquillos aparezca dando cabezadas. No le culparé. Todo aburre. Hasta pasiones de infancia como el fútbol. Cuando eso pasa, mal negocio. Todo cambia.

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