Las grandes ciudades concentran más PIB que población. En Shanghái vive algo más del 1% de la población china y se genera más del 12% del PIB del país y en Ciudad de México, con el 16% de la población, se produce la cuarta parte del PIB. Algo parecido al Gran Buenos Aires (22% de la población y 34% del PIB) o Tokio (26 y 34%). En Europa las cosas están algo más equilibradas. En Londres y París viven el 20 y el 18% de los británicos y los franceses, pero producen el 25% de la riqueza nacional, mientras que en Alemania e Italia el equilibrio es mayor. En España hay que sumar Madrid y Barcelona para alcanzar el 25% de la población y el 30% del PIB.

Primero como mercados y luego como centros de producción, las ciudades siempre han tenido un papel decisivo en la prosperidad de las regiones y países donde se ubican. Residencia del poder político y financiero, su aportación a la economía se vio reforzada durante el pasado siglo con la concentración de todo tipo de servicios públicos y privados, como la educación y la sanidad, que terminaron por vertebrar el conjunto del tejido social. Como lugares de origen, destino e intercambio de los diferentes sistemas de comunicaciones, las ciudades se convirtieron en plataformas para las relaciones económicas con el exterior y en puerta de entrada de modas, vanguardias e innovaciones.

Según la OCDE, el 70% de la población mundial vivirá en ciudades en 2050, lo que significa que sus funciones van a seguir siendo importantes, pero todo apunta a que también diferentes. La expulsión de las funciones de producción a los extrarradios derivó en procesos de deslocalización, mientras que las economías de aglomeración y proximidad que los economistas consideraban decisivas para entender el cambio tecnológico y la transferencia de innovaciones en los años 80, han pasado a reconocerse por sus externalidades adversas y costes de congestión. La contaminación, el paisaje y las dificultades para acceder a una vivienda están relacionados con la degradación de zonas urbanas con problemas de exclusión social y déficit de equipamientos. Si añadimos el envejecimiento, el deterioro del salario real y el impacto del nuevo turismo urbano sobre la convivencia, es fácil entender que la crisis de las ciudad tradicional tiene bastante que ver con la distancia entre lo que esta ofrece y sus residentes demandan.

La crisis de las ciudades refleja el debilitamiento de la relación entre el tamaño urbano y su importancia económica, sobrevenido a raíz del ascenso de otros requisitos más complejos, como la accesibilidad y la sostenibilidad ambiental y financiera, la seguridad y la justicia social, además de un entorno apropiado e inteligente para la realización personal y profesional. La ciudad sigue concentrando actividad económica, poder político y talento innovador, pero a costes cada vez más elevados. El declive de grandes ciudades, o de los centros urbanos de algunas de ellas, se explica por la imposibilidad de satisfacer las nuevas demandas ciudadanas y de evitar los costes de congestión. En todo caso, el contraste con el medio no urbano es un indicador de oportunidad para una planificación inteligente del territorio.

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